"ROBO DEL SIGLO"

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Era una noche tranquila, el viento susurraba entre los árboles del campamento, y las cabañas se mantenían en silencio mientras los profesores ya estaban metidos en sus literas, seguros de que los campistas dormían. Sin embargo, en la cabaña de Elías y Alexander, el ambiente era totalmente distinto. Allí no había ni un ápice de sueño. Al contrario, se cocinaba un plan.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Elías en voz baja, observando a Alexander con el ceño fruncido, aunque en sus ojos había una chispa de emoción.

—Más que seguro —respondió Alexander, sentado en la cama con una sonrisa traviesa—. No podemos seguir incomunicados todo el campamento. Es ridículo.

—Pero si nos descubren... —susurró Valeria desde la esquina de la cabaña, donde estaba sentada con las piernas cruzadas—. No solo nos castigarán, probablemente nos manden a casa.

—¡Exacto! —respondió Charlotte desde su litera, con un brillo en los ojos—. Pero será épico.

Elías no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. Tenía que admitir que la idea era alocada, pero había algo en la emoción del plan que lo hacía imposible de rechazar. Además, después de todo lo que había pasado con la suspensión de Alexander y las tensiones del campamento, necesitaban algo para liberar la tensión.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Celia, sentándose en la cama mientras pasaba los dedos por su cabello.

—Sencillo —respondió Alexander, con un aire de autosuficiencia—. Nos colamos en la cabaña de los profesores, robamos nuestros celulares de la caja, y salimos antes de que se den cuenta. Todo en menos de diez minutos.

—Ah, sí, claro, fácil como robarle un dulce a un bebé —dijo Elías, rodando los ojos—. Excepto que esos "bebés" son adultos que, si nos atrapan, nos arrancan la cabeza.

—¡Exagerado! —Charlotte rió mientras se levantaba de su cama—. Solo tenemos que ser rápidos. Nadie va a notar nada.

Valeria observaba todo, aún indecisa, pero cuando vio que todos estaban de acuerdo, finalmente suspiró y levantó una ceja.

—¿Y cómo se supone que vamos a entrar? Porque la puerta no va a abrirse mágicamente solo porque queremos.

Alexander levantó una ceja.

—He estado practicando —dijo, sacudiendo el gancho en el aire.

—¿Practicando qué? —preguntó Elías, sorprendido.

—Bueno... desde que nos quitaron los teléfonos, he tenido mucho tiempo libre, ¿no? —Alexander sonrió, mientras hacía un gesto de giro con las manos—. Me convertí en un... aficionado al arte de la cerrajería.

Todos lo miraron con incredulidad, pero Charlotte fue la primera en reaccionar.

—¡Eso es ridículo! —dijo, aunque no podía dejar de sonreír—. Pero, supongo que en este punto no puedo sorprenderme de nada.

—Bueno, si vas a hacerlo, hazlo ya —dijo Celia—. El tiempo corre.

El grupo salió de la cabaña en completo silencio, sus pasos apenas audibles sobre el suelo de madera. El aire frío de la noche golpeaba sus rostros.

—No hagas ruido, por favor —murmuró Elías, quien caminaba justo detrás de Alexander.

—No te preocupes, soy un ninja —respondió Alexander.

Llegaron a la puerta de la cabaña, y todos se detuvieron en seco. Había un leve murmullo desde el interior, como si uno de los profesores aún estuviera despierto, pero después de unos segundos, el sonido cesó. Todo estaba en silencio.

—Es ahora o nunca —murmuró Charlotte, quien había mantenido una sonrisa nerviosa desde que salieron.

Alexander se agachó frente a la puerta y empezó a trabajar en la cerradura con el gancho. El tiempo parecía detenerse mientras los demás se miraban, tensos, esperando a que algo sucediera.

—¿Crees que podamos salir de esta? —susurró Valeria a Elías, quien observaba con atención cada movimiento de Alexander.

—Definitivamente no —respondió Elías, pero no pudo evitar sonreír—. Pero va a ser una buena historia para contar después.

—¡Lo tengo! —exclamó Alexander en voz baja, girando la perilla de la puerta con una sonrisa triunfante.

La puerta se abrió lentamente, revelando el oscuro interior de la cabaña de los profesores. Todo estaba en silencio, y la caja con los celulares estaba en el fondo de la sala, claramente visible.

—Vaya, vaya, parece que nuestro pequeño Houdini tiene talento después de todo —bromeó Celia, dándole una palmada en la espalda a Alexander.

—Solo el principio —dijo Alexander, mientras hacía una seña para que todos entraran—. Vamos, rápido.

Uno por uno, entraron en la cabaña, moviéndose en silencio. Alexander fue directo a la caja y comenzó a manipular la cerradura con el mismo gancho. Elías se quedó junto a la puerta, manteniendo un ojo en el pasillo, por si acaso alguien se despertaba.

—Vamos, vamos... —murmuraba Alexander para sí mismo mientras intentaba abrir la caja.

—¿Por qué siento que esto va a salir mal? —dijo Charlotte, cruzando los brazos.

—No seas tan negativa —respondió Valeria, aunque en su tono había algo de preocupación—. Solo tenemos que...

—¡Listo! —dijo Alexander, interrumpiéndola mientras la caja se abría con un leve clic.

Los ojos de todos brillaron cuando vieron sus teléfonos apilados dentro de la caja. Era como si hubieran encontrado un tesoro oculto.

—¡Sí! —susurró Elías emocionado, tomando su teléfono—. No puedo creer que realmente lo logramos.

Celia agarró el suyo, igual de emocionada, mientras Charlotte y Valeria hacían lo mismo. Sin embargo, justo cuando pensaban que todo había salido perfecto, un ruido leve resonó desde el fondo de la cabaña.

—¿Qué fue eso? —preguntó Elías, congelándose en el lugar.

—Debe haber sido el viento... o tal vez un animal —susurró Alexander, aunque no sonaba muy convencido.

El ruido se repitió, esta vez más fuerte. Parecía venir de una de las literas al final del cuarto.

—¡Alguien se está despertando! —exclamó Valeria en voz baja, sus ojos muy abiertos por el pánico.

—¡Corran! —ordenó Alexander, tomando su teléfono y guardándolo en su bolsillo.

Todos se precipitaron hacia la puerta, moviéndose lo más rápido y silenciosamente posible. El corazón de Elías latía con fuerza mientras cruzaban la puerta, y apenas habían salido cuando escucharon una voz desde adentro.

—¿Qué está pasando aquí? —dijo una voz grave, claramente molesta.

—¡Maldición! —murmuró Charlotte—. ¡Nos atraparon!

—¡No lo creo! —respondió Alexander, tomando la delantera mientras el grupo corría hacia los árboles para esconderse.

Llegaron al borde del bosque, ocultándose detrás de unos arbustos mientras la luz de la linterna del profesor parpadeaba en la oscuridad, buscando a los intrusos. Elías respiraba con dificultad, tratando de mantenerse lo más silencioso posible.

—Esto fue una locura —susurró Celia, con una sonrisa de incredulidad—. ¡Pero lo logramos!

—Y ni siquiera fue tan difícil —dijo Alexander, apoyándose contra un árbol, intentando recuperar el aliento.

—Hablas demasiado pronto —dijo Valeria, con los ojos aún fijos en la cabaña.

El profesor finalmente dejó de buscar y regresó adentro, convencido de que no había nadie allí. El grupo esperó unos minutos más antes de relajarse.

—Bueno, chicos —dijo Charlotte, levantando su teléfono con una sonrisa—, puedo decir que esto ha sido el robo del siglo.

Todos rieron en voz baja.

Young hearts: Love CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora