"PAPÁS PRIMERIZOS"

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El bosque se transformaba en un santuario de frescura tras la reciente lluvia. Cada hoja, cargada de gotas como diamantes líquidos, destilaba el aroma terroso de la tierra mojada, liberando un perfume que sólo la naturaleza puede conjurar. Los árboles, altos y majestuosos, parecían respirar, sus troncos oscuros y húmedos reflejando el brillo del cielo gris. El musgo que cubría las piedras y raíces brillaba con un verde vibrante.

Los riachuelos que serpenteaban entre las raíces cantaban suavemente, su flujo ahora más generoso, alimentado por la lluvia. El aire estaba impregnado de una quietud solemne, interrumpida solo por el goteo rítmico del agua cayendo de las hojas más altas hacia el suelo, donde se mezclaba con el barro blando. El silencio era profundo, como si el bosque estuviera tomando un respiro después de la tormenta, permitiendo que cada gota encontrara su lugar.

A lo lejos, la neblina comenzaba a elevarse, danzando entre los árboles como un susurro, desdibujando los contornos y añadiendo un velo de misterio.

-¿Estás seguro de que era por aquí? -preguntó Elías, abrazándose a sí mismo para protegerse del viento.

-La última vez que vine no había tantos árboles -respondió Alexander, mirando a su alrededor-. Se supone que lo que te quiero mostrar está más adelante.

-¿Cómo sabes dónde está cada cosa?

-Venía a Catania casi todos los años con mi papá. Digamos que sé dónde está todo.

-Eso nunca me lo contaste.

-Nunca me lo preguntaste.

-Sí, lo entiendo. No es como si hubiéramos estado saliendo cuatro años.

-En mi cabeza, sí que hemos estado saliendo cuatro años.

-No es como si nos hubiésemos conocido por accidente.

-¿Acosar a tus vecinos es un accidente?

-...Ya no quiero hablar.

Alexander se detuvo de repente, mirando al frente.

-¿Qué pasa? -murmuró Elías, acercándose más a él.

-¡Ahí está! -gritó Alexander, agarrando la mano de Elías.

-¿Qué es, qué es, qué es? -preguntó Elías, alterado.

Al apartar unos matorrales, apareció ante ellos un imponente castillo medieval, casi en ruinas por las tormentas.

Elías se quedó boquiabierto, observando el castillo con asombro.

-Esto no es lo que me imaginaba -admitió Elías, impresionado.

Alexander sonrió y lo envolvió con su brazo.

-¿Vamos a entrar o no?

Los dos corrieron colina abajo, cruzando un pequeño río por un puente viejo de piedra, saltando sobre piedras, losas y troncos que encontraban en su camino. Al llegar a la entrada del sombrío castillo, el suelo dentro de las murallas estaba lodoso y un olor a humedad y antigüedad impregnaba el aire.

Entre risas, entraron a lo que parecía ser un pasillo medieval. A través de las ventanas se podía ver todo el valle del campamento y más allá, deslumbrante bajo el sol que se asomaba entre las nubes grises.

Caminaron por salones inmensos, igual de abandonados, hasta que se encontraron con una armadura antigua, que sostenía una espada filosa en su mano.

Alexander la agarró, golpeando el suelo con ella.

-Es increíble que esté tan bien conservada -comentó Alexander, admirando la espada.

-Veamos si es tan resistente como parece -respondió Elías, sacando su arco de la espalda.

Young hearts: Love CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora