"FUEGO DE LA NOCHE"

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El calor del fuego crepitaba suavemente, lanzando chispas doradas hacia el cielo oscuro. Todos los campistas se habían reunido alrededor de la fogata, charlando, riendo y disfrutando de la tranquilidad que brindaba la noche en el campamento. Elías y Alexander estaban sentados juntos, rodeados de sus amigos, pero aislados en su propia burbuja, como siempre.

Elías apoyaba la cabeza en el hombro de Alexander, disfrutando del sonido de las llamas que se mezclaba con las voces de sus compañeros. La luz del fuego reflejaba en los ojos de ambos, haciendo que sus miradas se cruzaran más de una vez, compartiendo sonrisas cómplices.

—¿Sabes? —murmuró Alexander de repente, sacando algo de su bolsillo—. He estado pensando en esto por un tiempo.

Elías levantó la cabeza, observando cómo Alexander sacaba una pequeña cajita de terciopelo negro.

—¿Qué es eso? —preguntó Elías, frunciendo el ceño con curiosidad.

Alexander sonrió de lado, con una mezcla de nerviosismo y diversión en su rostro. Sin decir una palabra, abrió la cajita frente a Elías, revelando dos anillos de plata. Uno tenía una piedra roja incrustada en el centro, mientras que el otro tenía una piedra azulada, que reflejaba la luz de la hoguera como si fuese un pequeño diamante.

Elías abrió los ojos de par en par, su respiración se detuvo por un momento al comprender lo que estaba viendo.

—Alexander... —susurró, sin poder apartar la vista de los anillos.

—No te pongas sentimental ahora —bromeó Alexander, con esa risa burlona—. No es nada oficial. Bueno, sí, lo es... pero no tan formal como crees.

Elías lo miró, todavía incrédulo. El brillo en los ojos de Alexander lo decía todo. Su tono juguetón no podía ocultar la seriedad del momento.

—¿Quieres ser mi esposo? —dijo Alexander, riéndose suavemente.

Elías no pudo evitar reírse también, pero sus ojos se llenaron de una emoción que no podía describir con palabras. Sin decir nada, se lanzó hacia Alexander y lo abrazó con fuerza, apretándolo contra él.

—Claro que sí  —murmuró Elías contra su cuello, su voz temblando ligeramente de emoción.

Alexander rió entre dientes y, con delicadeza, tomó uno de los anillos de la cajita. Elías extendió la mano, y Alexander deslizó el anillo en su dedo. Era perfecto, como si hubiese sido hecho para él. El anillo brillaba con un resplandor suave, casi mágico, bajo la luz del fuego.

—¿De dónde sacaste esto? —preguntó Elías.

Alexander se acomodó, echando la cabeza hacia atrás mientras observaba el cielo estrellado.

—Es una historia interesante —comenzó Alexander, con una sonrisa nostálgica—. Rosa me los dio hace unos días, antes de que vinieramos al campamento. Eran los anillos de boda que tenía con Vivi. Iban a casarse antes de que todo... ya sabes, sucediera con Margaret.

Elías mordió su labio inferior, sintiendo un nudo en la garganta. No sabía qué decir.

—Espera, ¿me estás diciendo que estos son los anillos de Rosa y Vivi?.

—Sí, y ahora son nuestros. Rosa pensó que deberían tener un nuevo significado. Me dijo que sabía que estarían en buenas manos... —Alexander bajó la mirada hacia Elías—. Y creo que tiene razón.

Elías se quedó en silencio, apoyándose de nuevo en el pecho de Alexander, dejándose llevar por el momento. Podía sentir los latidos de su corazón, fuertes y constantes, como una melodía que solo él podía escuchar.

—Son hermosos —murmuró.

Alexander sonrió y le acarició el cabello, jugando con los mechones que caían sobre su frente.

—¿Un sueño? —preguntó con una pequeña risa—. Bueno, si esto es un sueño, no quiero despertar.

Elías levantó la cabeza y lo miró a los ojos, su expresión ahora mucho más seria.

—Yo tampoco.

Alexander lo miró durante unos segundos, su sonrisa suavizándose.

—Elías... —dijo, colocando su mano sobre la de él—. Quiero que estemos juntos, no importa lo que pase.

Elías sintió que su corazón se aceleraba, y una sensación de paz lo envolvió. Asintió, sin poder contener la sonrisa que se extendía en su rostro.

—Tú siempre sabes qué decir —dijo, riéndose.

—Eso es porque te conozco mejor que nadie —acercándose para besarle el cuello.

Elías se acurrucó más cerca de el.

—¿Crees que algún día... podamos tener algo más que esto? —su voz apenas un susurro contra el pecho de Alexander.

Alexander lo miró por un momento, con una expresión que no dejaba lugar a dudas.

—Sí —su tono firme—. Algún día construiremos algo más grande. Algo solo nuestro. Un castillo, quizás.

Elías rió ante la idea.

—Nuestro castillo —repitió, como si probara las palabras—. Me gusta cómo suena.

Alexander sonrió, abrazándolo más fuerte.

—Entonces, está decidido —dijo Alexander—. Será nuestro castillo, y allí no habrá más preocupaciones, ni secretos. Solo tú y yo, Elías. Para siempre.

Elías cerró los ojos, dejándose llevar por los brazos de Alexander.

Young hearts: Love CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora