"CUATRO CASI CINCOS LOCOS"

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El hospital abandonado se alzaba ante ellos, un monolito oscuro y silencioso, cubierto de hiedra y desgastado por los años. Las ventanas rotas, el sonido del viento filtrándose por los huecos, y las paredes agrietadas le daban un aire sombrío que puso nervioso a Elías mientras avanzaba con cautela.

—¿Estás seguro de que este es el lugar? —preguntó Alexander, caminando al lado de Elías, sin apartar la mirada de la entrada principal.

Matteo, que iba delante de ellos con su pequeño zorro Mike, asintió con seguridad.

—Sí, aquí es donde la vieron por última vez. Nadie ha entrado desde entonces. Es un lugar que todos evitan por miedo —respondió con voz baja, pero firme.

El grupo se detuvo frente a las puertas desvencijadas, observando por un momento el lugar que una vez fue un centro de vida y ahora solo albergaba silencio y desolación.

—Esto no parece una buena idea —susurró Valeria, mirando a Charlotte, que caminaba detrás de ella—. Pero bueno...entremos.

—Pudimos a vernos quedado en el cine—afirmó Charlotte.

Con un último suspiro, los chicos empujaron las puertas del hospital, que crujieron y se abrieron lentamente, dejando escapar un fuerte olor a moho y polvo. Entraron, y el sonido de sus pasos resonó en el vacío mientras avanzaban por el largo pasillo hacia el sótano, donde Matteo había oído hablar de unos archivos médicos abandonados.

—No me gusta esto —murmuró Elías, mientras sostenía la linterna que habían traído.

—Lo sé, pero tenemos que seguir —le respondió Alexander, poniéndole una mano en el hombro para reconfortarlo.

Los pasos los llevaron hacia una puerta en el fondo del pasillo, que llevaba al sótano. Matteo miró alrededor y empujó la puerta, que cedió con facilidad. La oscuridad les dio la bienvenida, envolviéndolos con una sensación más densa de lo que ninguno de ellos había esperado.

—Aquí es... —susurró Matteo—. Los archivos están abajo.

—Muy bien, vamos rápido, no quiero quedarme aquí más de lo necesario —dijo Valeria con un escalofrío.

Con cuidado, descendieron las escaleras de metal oxidadas que rechinaban bajo su peso. A medida que bajaban, el aire se volvía más frío y húmedo, y la sensación de abandono se hacía aún más evidente.

Al llegar al sótano, Elías levantó la linterna, iluminando las viejas estanterías llenas de papeles y cajas. Todo estaba cubierto de polvo, pero era claro que nadie había tocado nada en años.

—Ahí están —dijo Charlotte, señalando un armario metálico en la esquina.

Alexander fue el primero en acercarse y tirar de los cajones, que se abrieron con un fuerte crujido. Los documentos estaban ordenados, pero el tiempo y la humedad habían comenzado a deteriorarlos. Con paciencia, empezaron a revisar cada carpeta.

—Aquí, miren esto —dijo Elías, sacando una carpeta marrón que llevaba el nombre de Alexandra. Sus manos temblaban un poco mientras la abría.

Dentro había documentos que inmediatamente atrajeron su atención: certificados médicos, historiales de vacunas, radiografías... y, finalmente, algo que les hizo detenerse.

—¿Qué es esto? —preguntó Valeria, acercándose para ver mejor.

Elías sacó un documento donde se leía el nombre "Alexandra N." con fecha de nacimiento que no coincidía en absoluto con lo que la chica les había dicho.

—Tiene 16 años... —dijo Alexander, incrédulo—. Nos dijo que tenía menos.

—Eso no es todo —añadió Elías, pasando la página—. Este no es su verdadero nombre. Usó la identidad de otra persona para falsificar sus documentos.

Charlotte se llevó una mano a la boca, sorprendida.

—Eso explica por qué siempre era tan reservada... —a los demás.

—Pero, ¿por qué mentirnos? ¿Qué estaba escondiendo realmente? —preguntó Alexander.

Matteo, que había estado en silencio durante todo el tiempo, se acercó y señaló una pila de cartas que estaban al fondo del cajón. Eran cartas arrugadas y algunas rotas, como si hubieran sido leídas una y otra vez con desesperación.

—Miren esto —dijo, entregando las cartas a Elías.

Elías tomó una y la leyó en voz baja.

—"¿Por qué nos mentiste? ¿Por qué fingiste ser alguien que no eras?" —recitó—. Son cartas de odio... gente que la descubrió.

—Dios...  —susurró Valeria, mirando las demás cartas que decían cosas similares, llenas de rencor y reproches.

—Parece que vivió toda su vida bajo esta presión... —añadió Charlotte.

—Esto debe haberla destrozado —concluyó Alexander, con una expresión seria—. Pero aún no explica todo. ¿Qué más estábamos ignorando?

Elías continuó revisando los documentos. Había informes médicos, pero ninguno explicaba por qué Alexandra se había ocultado tanto. Sin embargo, en la última página del historial, encontraron algo que les dejó a todos sin palabras.

—No sabía escribir... —dijo Elías en voz baja, leyendo el último informe médico.

—¿Qué? —preguntó Alexander, sorprendido—. Pero eso no tiene sentido. Nos dijo que no podía escribir, pero nunca lo demostró. ¿Era otra mentira?

—Parece que lo era —respondió Elías—. Pero ¿por qué mentir sobre algo así?

El grupo se quedó en silencio por unos momentos, mientras intentaban procesar todo lo que habían descubierto. El hospital abandonado, el historial falso, las cartas de odio... todo apuntaba a una vida de mentiras y sufrimiento, pero aún había muchas preguntas sin respuesta.

—Esto es demasiado —dijo Valeria, finalmente rompiendo el silencio—. No sé qué pensar.

—Solo sé que, de alguna manera, tenemos que hacer algo con esta información —añadió Charlotte, con el ceño fruncido.

—Pero, ¿qué? —preguntó Matteo, quien hasta entonces había permanecido en silencio, observando todo—. ¿Vamos a contarle a los demás? ¿O mantenemos esto en secreto?

Elías suspiró y cerró el archivo, mirando a los demás con seriedad.

—No lo sé... pero lo que sea que hagamos, debemos estar de acuerdo en hacerlo juntos.

—Sí, juntos —respondió Alexander, tomando la mano de Elías con firmeza.

Con los papeles en mano, sabían que las respuestas que habían buscado durante tanto tiempo les habían llevado a descubrir algo mucho más oscuro y complicado de lo que imaginaban.

Young hearts: Love CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora