"PROBLEMAS EN LA CARRETERA"

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El campamento llegó a su fin, y el ambiente estaba cargado de una mezcla de emoción por el regreso a casa y nostalgia por los buenos momentos vividos. El autobús que transportaría a los campistas hacia el aeropuerto estaba estacionado frente a las cabañas, y todos se apresuraban a abordar con sus maletas y recuerdos del verano.

Elías y  Alexander se encontraban en la fila para abordar el autobús, ambos con un semblante que delataba la preocupación de Alexander. Aunque trataba de mantener la calma, sus ojos traicionaban un brillo de inquietud que Elías no podía ignorar.

—¿Qué pasa? Te veo un poco preocupado.

—No es nada, solo estoy cansado. No es un gran problema.

—No me engañes. Si algo te preocupa, podemos hablarlo.

Alexander asintió, sabiendo que no podía ocultar lo que tenía en mente por más tiempo.

—Hay algo que realmente necesito decirte. Es importante.

Elías lo miró con una mezcla de curiosidad y ansiedad mientras subían al autobús.

—¿Qué es?.

Ya en el autobús, el tráfico en la carretera comenzó a complicarse. El autobús se movía lentamente, atrapado en un embotellamiento que parecía no tener fin. La tensión en el aire era palpable, y Elías podía sentir que la conversación que Alexander estaba a punto de tener con él sería decisiva.

Finalmente, Alexander se giró hacia Elías, su rostro serio.

—Mis padres decidieron mudarse a Londres.

Elías se alejó, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y sorpresa. Miraba a Alexander como si fuera un desconocido.

—¿Qué clase de broma es esta? Pues déjame decirte que no es graciosa —dijo, su voz alzándose con incredulidad.

—Quería decirte antes, pero sabía que no aceptarías venir al campamento si te lo decía —respondió Alexander, tratando de acercarse a Elías.

Las lágrimas de Elías ardían como fuego en sus mejillas. Nunca había sentido un dolor tan intenso, una mezcla de decepción e impotencia que lo consumía por dentro.

—¿Qué pretendías con no decirme? —gritó Elías, tirando su celular al suelo en un arranque de frustración.

—Te lo estoy diciendo ahora —contestó Alexander, intentando abrazarlo de nuevo.

—Me mentiste otra vez —las lágrimas comenzaron a desbordarse—. Me mentiste —gritó, empujándolo.

—Es mejor decírtelo ahora que nunca habértelo dicho —dijo Alexander, su voz llena de desesperación.

—Sí, claro, como si con eso solucionaras esto —respondió Elías, su voz llena de dolor.

—Cuando salgamos de aquí, voy a tratar de que cambien de opinión —prometió Alexander, su voz quebrándose por la emoción.

—¿Por lo menos no te vas lejos? —murmuró Elías, su voz apenas audible.

—Mi papá entró a la academia de guardias reales de la corona británica... No sé qué pensar —su voz llena de resignación.

Elías suspiró, apoyando su cabeza en el cuello de Alexander.

—Te odio —susurró entre lágrimas.

—Sí... yo también me odio —abrazándolo más fuerte.

—Siempre me dijeron que los chicos de Londres son más lindos. Capaz que consigues a alguien mejor... —dijo Elías, su voz llena de amargura.

Alexander soltó una pequeña risa.

—Tontito, no quiero a nadie más. Ni alemán, ni polaco, ni inglés. Solo te quiero a ti. Solo me voy un par de kilómetros.

Elías tragó saliva, con un nudo en la garganta.

—Prometes venir a visitarme —murmuró Elías, mientras Alexander secaba sus lágrimas con la punta de su abrigo.

—Vendré en todas las vacaciones posibles. Te mandaré mensajes todos los días, a toda hora. Te enviaré regalos siempre. Será igual, solo que no nos veremos tanto.

Elías lo abrazó más fuerte, y Alexander correspondió el abrazo con la misma intensidad. Mientras las ranas dejaban de cantar y el viento de soplar, sus lágrimas se mezclaban mientras se daban uno de los últimos besos que podrían tener, sus manos apoyadas en el pecho del otro.

—Te quiero. No lo olvides nunca, ¿vale? No me olvides nunca —dijo Elías, limpiándose las lágrimas.

Y mientras lo abrazaba, Elías pensó: "Esto va a terminar mal". Pero no por eso lo soltó ni dejó de abrazarlo.

—Voy a fingir que te vas a quedar a mi lado toda la vida —dijo Elías, sonriéndole a Alexander.

—Te creo... —respondió Alexander, devolviéndole la sonrisa.

—¿Todo bien, chicos? —preguntó Celia, notando sus ojos rojos.

—Sí, todo bien —respondió Elías, forzando una sonrisa mientras se acurrucaba junto a Alexander.

La conversación se volvió aún más tensa mientras el autobús permanecía inmovilizado en el tráfico, el calor y el desasosiego haciendo que el ambiente fuera aún más agobiante. De repente, un estruendo ensordecedor sacudió el autobús, seguido de una explosión que envió humo y escombros por todo el interior.

—¡Todos afuera, rápido!”* —gritó uno de los profesores, tratando de mantener la calma mientras ayudaba a los demás a salir del autobús.

Elías y Alexander, aún atónitos por la explosión, se aferraron a las manos de Valeria y Noah mientras se apresuraban a salir del vehículo. El caos se desató afuera, con personas corriendo en todas direcciones y comportándose de manera errática. La escena era aterradora, con el humo y el fuego envolviendo el autobús en llamas.

—¡Alexander!.

—¡No me sueltes la mano!.

—¡Charlotte! ¡Sigue corriendo! —Gritó Valeria.

El grupo se adentró en el campo abierto, alejándose del caos y del autobús en llamas. La vista era desoladora; figuras salvajes se movían erráticamente y el humo envolvía el horizonte.

–¿Dónde están los demás? ¿Charlotte y los otros?.

—No lo sé. Solo espero que estén bien.

El grupo se movió rápidamente a través del campo, observando a lo lejos cómo el autobús se convertía en una masa de fuego y destrucción. Las luces de emergencia parpadeaban y el horizonte estaba lleno de humo.

—Tengo miedo –susurró Elías.

—Estamos bien...eso creo —contestó Alexander, abrazándolo.

La escena a su alrededor era una mezcla de caos y desesperación. Las personas salvajes seguían moviéndose en direcciones caóticas, y el grupo de amigos se acurrucó en el campo, tratando de mantenerse fuera de la vista mientras esperaban a que el peligro se desvaneciera.

Desde la distancia, el grupo observó el panorama devastador mientras el fuego y el humo seguían envolviendo el área. La escena era tan desoladora como surrealista, con la devastación visible a medida que el caos continuaba.

Young hearts: Love CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora