≪•◦ 29. Fragmentos de vida ◦•≫

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Nota de la autora original: Hablaremos muy, muy, muy brevemente de Jinbe en este capítulo. No soy amable con él, pero necesitaba una caricatura. Y les aseguro que adoro a este personaje. Clase. Prestancia. Impone respeto, y su Gyojin Karate es impresionante. Así que... me disculpo por esta blasfemia.

Otra aclaración, Ace no es un psicópata;) Quiero destacar esto. Los psicópatas son indistinguibles por su incapacidad mental (¡realmente! ) para sentir emociones que no sean ira o placer (grosso modo). El remordimiento, el amor, la alegría... no sienten nada de esto, actúan por puro mimetismo copiando las reacciones de los demás. Es vulgarmente resumido, pero es la idea general. ¡Ace, aunque le sorprenda, no encaja en esta categoría! (...)

D-120 antes del impacto.

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Pov Luffy

De pie frente a las taquillas, con las manos en la cadera, sigo... dubitativo.
Realmente hice un gran desastre adentro y Ace se ha... enojado un poco  esta mañana para que limpiara mi desorden.
Le prometí que lo haría antes de que volviera, excepto que ya llevo diez minutos delante de él preguntándome por dónde voy a empezar; ¿ordenarlos por casilleros? Reagrupar todo por familia: dinero con dinero, joyas con joyas, ropa con ropa ¿o bien clasificarlos? No tengo ni idea, y quiero que Ace sea feliz, así que no sé cómo ordenar esta... mierda sin una definición.

Bueno, ya que tenemos que ir...
Me subo a la cama y, con la lengua entre los dientes, me pongo de puntillas para vaciar todo, empezando por las taquillas más altas; todo pasa por allí, y los billetes vuelan por todas partes.

Me recuerda a la noche en que llegamos a casa con una gran bolsa en la espalda, y Ace me cogió en medio de los billetes, entre las sábanas. Un colchón de billetes verdes para nuestro encuentro sexual. Me reí de ello durante horas después, mientras Ace hacía una barbacoa de Benjamin Franklin.
Esta broma.

Me aseguro de que todas las taquillas están vacías, antes de bajar y mirar ese montón de cosas. Bueno, primero mi ropa: doblo mis camisetas, jeans, bermudas y las blusas que llevo puestas, antes de guardarlas y poner mi ropa interior y calcetines aparte. Hago lo mismo con la ropa de Ace -no sin antes divertirme poniéndome una de sus camisetas, para bromear: me llega por encima de la rodilla- y empiezo a poner sus armas en un lado, las mías en el otro. Ordenó nuestra munición, encuentro dos cajas en los armarios de la cocina para guardarlas, y asignó otra taquilla a nuestras respectivas armas.

Recojo los billetes -todos los billetes- y los clasifico por cantidad en montones ordenados, que selló con bandas elásticas para no verlas derrumbarse y volar por todas las taquillas. Billetes de cien, cincuenta, veinte... los apilo en los estantes de las taquillas y vuelvo a meter la nariz en el alegre revoltijo que se extiende sobre las sábanas.
Ahora las joyas. Collares, pulseras, perlas por un lado, gemas por otro, y...
... ¿Qué demonios es esto?
Levantó las bolsas llenas de polvo blanco y mis ojos se abren de par en par. Por Dios. Hurgo febrilmente en mi bolsillo y saco mi teléfono, antes de llamar a Ace; no responde, pero insisto, una y otra vez.

Me va a escuchar, el maldito idiota.
Finalmente, después de la séptima llamada, se escucha su voz, molesta, al otro lado de la línea.

- Estoy ocupado, el buzón de voz no era lo suficientemente sut-

- Cuando llegues a casa, te daré una patada en el culo.

Creo que claramente no esperaba escucharme empezar una conversación como esta.
Más aún si lo agredo verbalmente, lo cual no es mi estilo en absoluto. Mi respiración es un poco entrecortada, y yo mismo me sorprendo de la fuerza con la que ha sonado mi voz.

𝐑𝐞𝐧𝐝𝐞𝐳-𝐯𝐨𝐮𝐬 𝐞𝐧 𝐄𝐧𝐟𝐞𝐫 | AceluDonde viven las historias. Descúbrelo ahora