Capítulo 8 - Un Velo de Deber

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El gran día había llegado. El castillo de Avalara estaba envuelto en un aire de expectativa y celebración. Las doncellas se afanaban en los preparativos finales para la boda de la princesa Isabella y el príncipe William. Los salones y los jardines estaban adornados con flores, mientras la música resonaba por los pasillos. En la habitación de Isabella, las doncellas la rodeaban, atendiendo cada detalle de su apariencia. Vestían a la princesa con un hermoso traje de novia, con un velo largo que caía elegantemente sobre su rostro. Isabella observaba su reflejo en el espejo, sintiendo una extraña combinación de alegría y melancolía. Sus ojos se encontraron con los de Emily, quien le dio una sonrisa de ánimo.

– Mi señora, estás radiante. Hoy te convertirás en la esposa del príncipe y, con ello, en la futura reina de Avalara.

Isabella forzó una sonrisa, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón.

– Gracias, Emily.

Emily asintió comprensivamente, pero sabía que no podía cambiar la situación. Ayudó a Isabella a ponerse los guantes y aseguró la corona en su cabello oscuro. Mientras Isabella se miraba una última vez en el espejo, sus pensamientos se dirigieron hacia Victoria. ¿Cómo estaría ella en este momento? Era un pensamiento que la atormentaba, pero sabía que no podía permitirse dejarse llevar por la nostalgia. La música comenzó a sonar en la gran sala de banquetes, anunciando el inicio de la ceremonia. Isabella se levantó con gracia y caminó hacia la puerta, lista para encontrarse con su destino. Mientras cruzaba los pasillos del castillo, su padre, el rey Alejandro, la esperaba con orgullo y solemnidad. Isabella se acercó a él, sus ojos llenos de emociones incontenibles.

– Mi querida Isabella – susurró el rey Alejandro, tomando su mano con ternura. –Hoy entregamos a nuestra amada hija al príncipe William, un hombre noble y digno. Confío en que serás feliz a su lado.

Isabella asintió, una lágrima escapando de sus ojos.

– Padre, siempre he admirado tu sabiduría y liderazgo. Pero, en este día, te ruego que me entiendas. Aunque mi corazón esté lleno de deber y obediencia, hay un rincón que no puede evitar sentirse vacío.

El rey Alejandro apretó suavemente la mano de Isabella, mirándola con amor paternal.

– Hija mía, entiendo tus sentimientos, pero debemos recordar nuestro deber hacia nuestro reino y nuestro linaje. Eres una princesa, y tu deber es cumplir con el compromiso que hemos establecido.

Isabella asintió, aunque el dolor en su pecho se intensificaba. Era una lucha interna que no podía evitar, un torbellino de emociones que amenazaba con desbordarse. La música crecía en intensidad mientras padre e hija avanzaban juntos hacia el altar. La mirada de Isabella se encontró con la de Victoria, quien observaba la ceremonia desde los bancos de enfrente, junto a su madre, la reina, y su padre, el rey. Las miradas de Isabella y Victoria se entrelazaron por un breve instante, como si el tiempo se detuviera. Isabella vio en los ojos de Victoria la tristeza y el anhelo, pero también la determinación y el coraje. Sabía que compartían un destino y una lucha similar, aunque sus caminos se hubieran separado.La ceremonia transcurrió con solemnidad y reverencia. Isabella y William intercambiaron votos y anillos, sellando su compromiso ante Dios, la iglesia y los testigos presentes. El corazón de Isabella se apretaba con cada palabra pronunciada, pero su rostro mostraba una serenidad que ocultaba el huracán emocional que se desataba en su interior. Después de la ceremonia, llegó el momento del banquete y el baile. El salón estaba lleno de invitados que brindaban por la felicidad de los recién casados. Isabella se encontraba en brazos de William mientras bailaban por la sala, pero su mente divagaba hacia otros lugares y momentos. A su alrededor, la alegría y la celebración eran palpables. La música, la risa y el aroma de la comida llenaban el aire. Pero mientras Isabella sostenía la mano de su esposo, sentía que su corazón estaba vacío, anhelando algo que se le había negado. Las conversaciones y los gestos amables de los invitados se desvanecían en el trasfondo de su mente, mientras su espíritu luchaba por encontrar la paz y la aceptación en su nuevo papel. Era una lucha que Isabella sabía que debería enfrentar en solitario, en las profundidades de su propio ser. A medida que el baile continuaba y las horas pasaban, Isabella se aferraba a su máscara de felicidad y deber. Sabía que debía honrar su compromiso, aunque su corazón y su mente estuvieran llenos de contradicciones y anhelos inalcanzables. Y así, bajo las luces brillantes y el sonido alegre del baile, Isabella danzaba con su esposo, sabía que su camino estaba trazado, que había aceptado su destino, pero en lo más profundo de su ser, anhelaba la libertad que solo Victoria podía brindarle.

Mientras se movía en la pista de baile, Isabella prometió a sí misma que, aunque su corazón estuviera dividido y su espíritu luchara con la resignación, encontraría la fuerza para cumplir con su deber y buscar su propia redención en un mundo lleno de luces y sombras.

Coronas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora