5 - Fiesta fiesta pluma pluma gay

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Miró fijamente la ventana, abrazando lentamente y con cuidado el cabello de Deimos, bajando mis manos poco a poco por sus plumas oscuras que son tan suaves conforme los pétalos de una rosa, incluso noto que encima en la punta de sus alas hay unos ...

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Miró fijamente la ventana, abrazando lentamente y con cuidado el cabello de Deimos, bajando mis manos poco a poco por sus plumas oscuras que son tan suaves conforme los pétalos de una rosa, incluso noto que encima en la punta de sus alas hay unos picos al igual que las de las flores nombradas y como las alas de un demonio.

Por un momento dudo de si Deimos está dormida o no, apenas me animo a bajar la mirada para verla. Ella estaba descansando con cuidado en mi pecho, ambas sentadas en la esquina del cuarto.

La habitación estaba sumida en un silencio reconfortante, solo interrumpido por el suave aleteo de Deimos y mi respiración tranquila. Me sentía agradecida por tenerla a mi lado, por su compañía.

No supe cuánto tiempo había transcurrido, solo sé que me perdí en su mirada. Ella lloraba sin explicaciones, murmurando palabras rotas mientras sus labios temblaban. La abracé en silencio, aferrándome a ella como si pudiera detener el dolor que se extendía por el cuarto. Los restos de la luz destrozada yacían en el suelo, brillando levemente por la iluminación debil que entraba por la ventana. Noté que un espejo cercano a su cama también se había quebrado y que algunos libros habían caído de la repisa, las cortinas estaban en el suelo arrancadas de la ventana. En resumen, el cuarto se transformó en un caos.

"Yo soy el miedo"

Y qué tal si, en vez de serlo, en realidad eso es lo que tiene?

Ella no es solo el miedo, sino la única compañía que le queda entre sus manos, como un polvo sombrío que se adhiere a sus dedos. Las manchas oscuras en sus manos y brazos son un recordatorio constante de haber abrazado una sombra ajena, tomando un rol que no le corresponde. Sumergiéndose aún más en la tristeza que la consume.

La miré con ternura mientras acariciaba su cabello y sus plumas, sintiendo la calidez y la suavidad de su presencia.

Ella no es miedo.

Solo siente miedo.

Lentamente la tomo entre mis brazos para dejarla sobre la cama, sin necesidad de taparla. Sus alas se hacen un ovillo, como si fueran un escudo que la protegieran de todo mal que la sigue.

Finalmente salgo del cuarto con sumo cuidado para que nadie descubra mi paradero. Cerrando la puerta lentamente y el olor a pan casero de Astra me llega rápidamente a la nariz, haciéndome relamer los labios. Me dirijo a la cocina, donde encuentro a Astra con un delantal cubierto de harina, concentrada en la masa que amasa con destreza.

—¿Qué cocinas esta vez? —pregunto, sonriendo. Astra me mira y al hacerlo sonríe burlona como siempre, con los ojos brillosos, dejando de amasar la masa para apoyar sus codos en la encimera.

—Unos panes con queso y ajo, una comida deliciosa —dice, volviendo al trabajo—. Claro, no para Nawel.

Esa respuesta me hace reír. Aunque era obvio que Nawel ya no estaba en la casa ya que su presencia era algo llamativo, como el color rojo en una habitación blanca. Además, ni hablar de que el lugar era un desorden y que a Nawel ya le hubiera dado de ordenar los frascos de las especias que están desparramadas por la cocina en orden y tamaño.

Tres Enredos Mágicos (PRONTO CORRECIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora