3. No siempre sabe dulce

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Nicolae se sentía tan exhausto que ni siquiera se tomó la molestia de coger su equipo fotográfico para guardarlo en el trastero, simplemente cerró el coche y se adentró en el bloque de edificios donde pertenecía. Agradeció que Isabella no estuviera en el departamento, él en esos momentos no se encontraba con ganas de entablar una conversación, ni mucho menos tenía la suficiente imaginación como para inventar una mentira más.

Sonrió de lado, entrecerrando los ojos por el cansancio, cuando vio un plato de comida sobre la mesa del comedor. Decidió guardarla en la nevera para la cena, ya que Romeo lo había invitado a comer a uno de aquellos restaurantes tan transcurridos para gente como él, y aunque después de presenciar el descaro del mayor no tuvo apetito ninguno, no pudo hacerle el feo y rechazar una comida como aquella.

Se deshizo de la ropa arrugada en su habitación, preguntándose cuantas veces tendría que rechazar a Romeo para que finalmente se sintiera seguro de entregarse a él.

Aquello había sido el único tema que dio vueltas sobre su cabeza; ni siquiera tuvo el atrevimiento de preocuparse por las pequeñas caricias, roces o besos que en algún momento se pudieran dar.

Se había acostumbrado a sentir los labios de Romeo sobre los suyos, se sentía agotado cuando sus frías manos le tocaban la piel; sin embargo, no podía hacer nada contra ello aunque quisiera.

Realmente estaba luchando contra él mismo para no empujarlo y decirle cuan hijo de puta era.

Hoy, cuando se ofreció a llevarlo a comer, tuvo que aguantar aquello hasta el punto de sentir como tenía intenciones de intensificar la situación. Nicolae no podía con aquello, y aunque muchas veces se sentía extraño al sentir ser tocado por otra persona de su mismo sexo, no lograba odiarlo totalmente.

Cuando estuvo en el interior del baño, por intuición, se asomó al espejo que tenía ahí. No supo como sus emociones fueron controladas al darse cuenta de que su cuello estaba repleto de succiones moradas y mordidas rojizas, aun con diminutos rastros de sangre.

—¡Lo voy a matar! —chilló, acariciándose las zonas heridas y frunciendo el ceño.

No había olvidado la manera en que Romeo quiso ir más allá a tan solo un par de días de conocerse. Muchas veces se preguntaba si las muchachas, y muchachos también, que lo conocían, realmente se entregaban a él en tan corto período de tiempo.

—¡Estoy en casa! —la voz de su hermana hizo que pegara un salto del susto. Cerró los ojos por unos segundos y después tomó la decisión de darse un largo baño aromático, y aunque no sonara muy bien, él realmente lo necesitaba.

Su madre lo había acostumbrado a aquellos baños tan largos y relajantes, donde muchas veces también lo compartía con su hermana pequeña. Cabe destacar que la mujer que lo había traído al mundo se ganaba la vida vendiendo aquellos líquidos, flores y jabones aromáticos que la gente realmente disfrutaba consumiendo.

Una venganza casi perfecta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora