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SEOKJIN

—¿Puedo traerles algo más?—La señora Culbertson sale con una limonada recién exprimida y nos la deja en la mesa del patio.

Jungkook, que está demasiado guapo con unos vaqueros rotos y una camiseta negra ajustada que ciñe todos y cada uno de sus músculos, se seca la frente sudorosa y le ofrece esa sonrisa de megavatio que sé que la derrite -y bien, a mí también-en un charco de pegajosidad. —No, gracias, señora. Pero tiene una pinta estupenda.

Sonríe feliz mientras mira la hoguera en la que llevamos trabajando un par de días. Empezamos el jueves después del trabajo y ya es domingo. Dedicamos la mayor parte del día de ayer y de hoy al proyecto, y ya está casi terminado. —Esto va a ser la comidilla del barrio, chicos.

Tampoco exagera. Desde que empezamos a trabajar, sus vecinos ya nos han preguntado a través de la valla qué puede hacer Jungkook por sus patios. Por supuesto, parece que ahora se trata de un paquete, ya que me he unido a él para ayudarlo.

Insistió en pagarme la mitad, y le dije que en el futuro, si me iba a incluir, tendríamos que incluirlo en los costes. Ni se inmutó.

Terminamos la hoguera y la señora Culbertson nos paga, incluida una buena propina por haberlo hecho un poco antes. Jungkook parece ligero y feliz cuando entramos en su casa y nos quitamos las botas de trabajo junto a la puerta. Y quiero decir, ligero y feliz al estilo Jungkook, tan súper feliz.

Saca el cheque del bolsillo y lo mira fijamente una vez más, ya que también lo hizo en la camioneta antes de que nos fuéramos. —Pagó por una hoguera que diseñé.

—Hizo un buen negocio—. Le rozo la mejilla con la mano y beso sus labios suavemente. —Es una maldita buena hoguera. 

Se pone un poco más erguido y sonríe. —Lo es, ¿verdad? También fue divertido.

Me doy cuenta de que está en su salsa. Le ha encantado diseñarla, tomando algunas ideas de Pinterest pero haciéndola suya y aún mejor. Y le encantó construirlo. A mí también me encantó. Fue divertido trabajar a su lado.

—Lo fue. Fue muy divertido—. Sueno sorprendido, incluso para mí mismo, lo que solo hace que sonría un poco más antes de que aprisione mi cuerpo contra la pared y me quite la camiseta, inclinándose para darme un beso que perdura.

—Creo que hacemos un buen equipo.

Inclino la cabeza hacia un lado, dándole acceso a mi cuello. Me pasa la lengua por el tendón y yo gimo suavemente, enredando los dedos en su pelo sudoroso.

Después le quito la camiseta, la tiro detrás de nosotros y arrastro los dedos por cada surco musculoso de sus abdominales. —Tu cuerpo es una puta locura.

Sonríe contra mi cuello, baja por mis pectorales y se lleva uno de mis pezones a la boca. —El tuyo también—. Me desabrocha los vaqueros y baja la cremallera. —No puedo creer las ganas que tengo de tocarte. Todo el tiempo—. Desliza los dedos por el pecho, luego por el vientre y me baja los vaqueros.

Me los quito de una patada, quito los suyos y, arrodillándome, le acaricio la polla con la nariz a través de la tela de los calzoncillos y le inspiro.

—Mierda, Jin—. Sus dedos se deslizan por mi pelo, que sé que está tan sudado como el suyo, pero a ninguno de los dos nos importa. Es sudor y suciedad, y hace mucho calor cuando le bajo los calzoncillos y le acaricio la punta de la polla, que ya gotea presemen.

—Dios, te deseo tanto. Todo. El. Tiempo—. Termino la frase arrastrando la lengua arriba y abajo.

Me levanta de un tirón y nos quita el resto de la ropa mientras me arrastra hacia el baño. Abre la ducha y no puedo evitar pegar mí frente a su espalda y empujar mi dolorida polla contra su firme culo. 

Mi Amante, Mi Defensor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora