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SEOKJIN

—Creo que eso es todo.—Terminamos el columpio del porche para la madre de Jungkook. Acabamos de teñirlo y arreglamos un par de clavos sueltos para mantenerlo lo más parecido posible a la creación original. Queda muy bien, y creo que su madre estará contenta con él.

—Sí, eso creo—. Jungkook se levanta de donde estaba dándole los últimos retoques y admira su trabajo, luego mira hacia la entrada.

—Sabes, tus padres no viven muy lejos. Quizá podríamos pasar por allí de camino.

Me quedo helado, con todo el cuerpo y la mente entumecida de solo pensar en mis padres. —No.

—Seokjin...—, empieza, sonando un poco decepcionado por mi respuesta. —Los echas de menos. Sé que los echas de menos, y apostaría lo que fuera a que ellos también te echan de menos.

Sacudo la cabeza. —No. No quieren verme.

Deja caer el pincel sobre la lona y se acerca a mí, obligándome a mirarlo a los ojos.

—Escucha, te digo esto sabiendo perfectamente que podría estar echando a perder mis posibilidades de tener sexo hoy... y déjame decirte que llevo todo el día pensando en follar contigo—. Sacudo la cabeza ante su tangente, pero le dejo terminar. —Pero se me ocurre que eres un poco cabezota, y probablemente lo heredaste de tus padres. Así que quizá haya habido falta de comunicación entre ellos y tú. Y apostaría una mamada a que te echan mucho de menos.

Sacudo la cabeza, aun sintiéndome ligeramente entumecido ante la idea de verlos. —No saben que soy gay.

—Pues díselo—. Su nariz roza la mía mientras se inclina. —O no, pero te conozco y sé que vienes de buena gente. Lo siento en lo más profundo de mi alma, Jin. Te querrán, pase lo que pase. Quieren que vuelvas. Lo sé—. Me da un suave beso en los labios. —Y sé que tú también los echas de menos.

—¿Y si no me aceptan como soy?—. Mi voz suena rota y asustada. Porque ahora mismo lo estoy.

—Entonces que se jodan. No los necesitas si no ven lo increíble que eres, pero estoy dispuesto a apostar a que tengo razón.

Tira de mí para abrazarme y lo rodeo con los brazos, apoyándome en él porque puedo. Sé que puedo, y él me lo ha demostrado. —¿Vendrás conmigo?

—Cuando quieras. La respuesta siempre es sí.

Me retiro y le doy un beso antes de limpiar y enseñar nuestro trabajo a su madre, que está encantada. Intenta pagarnos, pero, por supuesto, nos negamos. Y acaba pagándonos con un pastel de melocotón recién horneado que nos envía a casa.

Pero en lugar de ir a Hayes, le pido a Jungkook que conduzca su vieja y destartalada camioneta hasta la casa de mis padres. Caminamos hasta la puerta, uno al lado del otro, y me tiemblan las rodillas al llamar.

Mi madre contesta sorprendida, pero no enfadada. —Seokjin.

—Hola, mamá. ¿Te parece bien que esté aquí?

Se le llenan los ojos de lágrimas, pero asiente con la cabeza.

—Claro que sí—. Se limpia las mejillas y me abraza. —¿Estás bien? Te he echado de menos. Quería llamarte tantas veces...

La aprieto, aferrándome a ella como cuando era pequeño. —Debería haberte llamado. Puede que sea un poco cabezota.

Resopla pero se ríe mientras me suelta. —No sé de dónde has podido sacar eso.

Sonrío. —¿Está papá? Quiero hablar de algunas cosas con ustedes.

—Sí—. Nos hace señas para que entremos y llama a mi padre al salón. Parece que acaba de llegar, lo cual no me sorprende. Probablemente se estaba poniendo al día con las tareas domésticas. Una punzada de culpabilidad me recorre, sabiendo que probablemente ha tenido que hacerse cargo de muchas más cosas desde que me fui, y que su cuerpo está envejeciendo y desgastándose.

Mi Amante, Mi Defensor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora