E X O R D I O

229 60 22
                                    


Todos los sentimientos que había experimentado a lo largo de mi desgraciada existencia se encontraban en mi sistema aquella noche, me dolía ver su pesado respirar mientras la vida se le desprendía estando en aquel charco de sangre, su sangre, el remordimiento y el arrepentimiento me invadían al comprender que no volvería a verla nunca más, que esta vez la perdería para siempre por mi culpa; porque mis celos, mi odio y mi desesperación habían invadido todo mi ser hasta orillarme a asesinarla. 

Envolví su laxo cuerpo deseando que aquello fuese una pesadilla, que toda aquella escena no fuese más que un mal sueño como los que con frecuencia me visitaban cada noche por causa de las incesantes torturas que tuve que vivir por la sola satisfacción de mi padre de verme tan herido como a mis hermanos. Pero no era así, el cuerpo de mi amada Fabiola, mi dulce ángel de cabellos dorados estaba por desprenderse de su noble alma.

Mis ojos se nublaron, me odiaba, por no haber podido evitar que mis demonios sobrepasaran mi amor por ella, aquel suceso, aquel asesinato, no sólo estaba por dejarme vacío, estaba por confirmar que Marcél había logrado convertirme en un monstruo como él lo había sido, pero ya no había marcha atrás.

—¡Perdóname! —hablé alterado siendo consciente de mi estupidez.

La amaba más que a mí mismo, ella se había convertido en mi oxígeno a lo largo de nuestra vida juntos, y entonces estaba allí arrancándome mi último respirar con el suyo.

Apreté su cuerpo adhiriéndolo al mío, sus gemidos torturaron mi alma llevándome a la conciencia del dolor que estaba sufriendo y la odié por ello, por sacarme de su vida, por orillarme ha hacer aquello que nos alejaba para siempre.

—Debiste volver, esperé paciente tu regreso —susurré furioso.

Fijé mi mirada en la suya, no podía distinguir sus verdes ojos, esos tan apacibles que me hacían creer que el cielo existía si estaba a su lado.

Sentí como su suave tacto llegó hasta mi rostro, sus dedos se deslizaron con suavidad y mis ojos se cerraron en un acto reflejo, sabía que me amaba tanto como yo a ella, pero también sabía que mis actos nos habían llevado hasta este trágico final.

Quería regresar el tiempo para hacer todo diferente y no provocar que huyera de mi lado, que nuestro destino siguiera su perfecto camino sin que fuese yo quien desvira todo hasta el punto de perderla.

Besé su frente estrujándola de nuevo, quería gritar, correr con ella en brazos para buscar ayuda, pero no era un imbécil, todas aquellas puñaladas eran demasiadas como para que lograra salvarse, había estudiado por meses la forma de herirla para que sufriera durante su partida, era mi venganza tras haberme abandonado por ese viejo que no le ofrecía más que cosas superficiales, porque él jamás la amaría como yo la amaba.

Llevé mis labios hasta su palma para dejar un beso en ella, noté como sus labios se arquearon ligeramente demostrando el dolor que sentía y que ahora quería no sufriera.

—No te vayas —supliqué con el rostro empapado.

Su respiración se volvió más pesada haciéndome saber que la hora de su partida estaba a segundos de llegar, cerré mis ojos como lo haría un cobarde porque no quise ver como su último aliento la arrancaría de mi lado para siempre.

Mis labios temblaron cuando su mano se desprendió de mi rostro y no pude más, grité tan fuerte que sentí mi garganta desgarrarse, todo había terminado, todo había terminado para siempre y ahora era el asesino de la mujer que tanto amaba.

Estrujé su cuerpo meciéndolo deseoso que abriera sus ojos. Mis manos llegaron a su faz para acariciarla y dejé un sin fin de besos en sus labios, esos labios que no volverían a repetir que me amaba, esos labios que no me besarían más.

—Te odio tanto —susurré sin dejar de llorar—. No fue Marcél el único que jodió mi vida, también contribuiste a arrancarme lo poca humanidad que me quedaba, porque me abandonaste sin siquiera pensar el daño que me hacías, porque fuiste egoísta al no pensar en mí cuando arriesgué lo poco que tenía para que tú fueses libre y míranos ahora, tú estás muerta y yo, yo sólo respiro estando vacío.

FERGUS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora