Capítulo 0

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Me gustaba verla feliz, escuchar su melódica risa provocaba que ese ligero tamborileo de emoción se soltara en mi pecho, era maravilloso ver su esmeralda mirada brillar llena de dicha, esa que la vida pocas veces nos regalaba, y era por ello que esos efímeros momentos eran atesorados por todos nosotros.

Giraba sobre su propio eje como si fuese una pequeña niña, su vestido de blanco encaje se ondeaba con cada uno se sus movimientos, sonreí con mayor amplitud cuando tomó las manos de Félix para que ambos giraran.

Había gastado cada centavo que había  ahorrado a escondidas para comprarle ese vestido que vió en aquel aparador meses atrás, cada golpe de Marcél tras no cumplir con la cuota había valido la pena al verla sonreír así.

—También quiero bailar —dijo Fryda, mi pequeña hermana al tomar mi mano.

Le sonreí al elevarla en mis brazos para bailar con ella, aquella melodía que sólo sonaba en nuestra imaginación.

Fabiola me sonrió cuando nuestras miradas se cruzaron, quería que me viera siempre así, con esa dulce mirada, acompañada de su tierna sonrisa. Ella vivía tan dentro de mi ser, inundando cada molécula de mi sistema.

Deseaba tanto que aquel momento lleno de armonía y felicidad no acabara, pero cómo podría ser tal cosa si vivíamos en el mismo infierno.

Un par de palmadas interrumpieron las risas de mi pequeño ángel, tornando su mirada en una llena de temor, ella en ese mismo instante dejó a Félix detrás suyo para protegerlo, proteger a los más pequeños era una rutina que siempre empleábamos.

Se suponía que Marcél estaría fuera de casa hasta tarde y por ello de "nuestra osadía" de estar "divirtiéndonos" por un instante. Mi hermano venía detrás suyo, traía un par de golpes en el pómulo y el labio roto.

Nuestro padre había conseguido una nueva forma de explotarnos para conseguir dinero y esa noche le tocó turno a Fegan de salir a enfrentarse a un sujeto en una pelea clandestina a las orillas de la ciudad. Era obvio que le había ido mal.

Caminé de prisa dejando a mi hermanita en brazos de Madsen y me coloqué delante de Fabiola para ser su escudo, sabía lo que estaba por llegar, una paliza y no sería ella quien la recibiría.

Sentí su mano sobre mi brazo queriéndome apartar, no lo hice. Marcél sonrió notando que ella buscaba protegerme como yo a ella.

—¿Qué festejamos? —cuestionó pasando a mi lado, su aliento alcohólico chocó contra mis fosas nasales, pero extrañamente no se notaba furioso o eso me hizo pensar.

Tomó asiento en el viejo sofá detrás de nosotros, giré obligando a Fabiola a mantenerse detrás de mí.

—¡Ey, hijo! —se dirigió a Félix—. Tráeme una botella, hoy tenemos que festejar todos —habló burlón.

Félix se encontraba congelado en el lugar donde había estado bailando con Fabiola, ella mantenía su mano enlazada a la suya haciendo presión, noté que el torso de ella se encontraba enrojecido.

Era normal que la presencia de Marcél nos aterrara, sabíamos de lo que era capaz, habíamos vivido tantos malos tratos que todo aquello parecía el infierno mismo y nuestro padre era el demonio encargado de torturarnos sin tener pecado alguno.

Félix obedeció enseguida, corrió hacia la cocina volviendo con una botella que tenía poco menos de la mitad de coñac y un vaso de cristal.

Nuestro padre le arrebató el vaso a penas lo tuvo a su alcance y se sirvió para tomarse el licor de golpe, se limpió los labios con brusquedad pasándose el puño de su camisa, su pulcro actuar y su educación ya eran cosa del pasado, parecía que todos sus buenos modales se habían esfumado con el dinero que ahora ya no poseía. Se puso de pie y caminó hacia nosotros.

—¿Qué festejamos? —insistió quedándose a pocos centímetros de mi rostro, ya no disimulaba su molestia—. ¡Responde! —gritó logrando que Fabiola diera un respingo—. ¿La tocaste? —preguntó pegándose más a mí para intimidarme—. ¡¿Tocaste a mi futura mujer?! —gritó a la vez que soltaba un golpe sobre mi rostro, sentí un hilo de sangre correr por mi labio, pero mantuve el rostro erguido.

Lo que dijo me hizo arder de coraje y comprobó lo que imaginaba, Marcél estaba pensando en convertir a Fabiola en otra de sus víctimas y eso no se lo iba a permitir. Mi respiración se aceleró aún más, no pude contener mi ira acumulada y sin pensarlo, por primera vez lo enfrenté a golpes.

—¡Nunca vas a tocarla, maldito animal! —dije al golpear su rostro con toda mi fuerza, logré que tambaleara, pero también logré que su ira se encendiera.

Su mano viajó hacia su cintura para sacar el arma que siempre cargaba consigo y enseguida me apuntó.

—¡Voy a matarte! —gritó quitando el seguro.

Fabiola corrió hacia mí quedándose como escudo suplicando a Marcél no me hiciera daño, traté de quitarla, pero fue inútil.

—Haré lo que digas —suplicó con la voz temerosa sumergida en llanto—. Te lo suplico, no lo mates.

Fryda lloraba desesperada mientras mis hermanos eran testigos de lo que pensé sería el día de mi muerte.

Vi hacia Madsen, ahora le reprochaba el que hubiese intervenido días atrás cuando Fegan y yo, nos iríamos de este infierno llevándonos a Fabiola. En ese segundo de estúpida distracción, Marcél tomó a Fabiola del brazo para apuntarle a la cabeza mientras caminaba en retroceso hacia su habitación.

—No pretendía tomarla si no hasta que fuese mayor —habló sonriendo burlón al saber que nos tenía en sus manos al apuntar su arma contra Fabiola—. Fuiste demasiado ingenuo al creer que podías robarte lo que es mío —se burló de mí.

Tenía las manos hechas puños estando completamente en desventaja, no permitiría que él tocara a Fabiola, eso era seguro, aunque eso significara mi muerte, no lo permitiría,  la amaba más que a mí y la sobreponía por encima de quien fuera.

—Suéltala.

Fegan apareció detrás suyo apuntándole con una arma que habíamos comprado un par de días atrás, no se encontraba cargada, pero eso nuestro padre no lo sabía. Él sonrió burlón sin soltar a Fabiola.

—No tienes el valor para matarme —aseguró.

Fegan dió un par de pasos para acercarse más a quien por infortunio era nuestro progenitor, escuché como quitó el seguro del arma al pegar el cañón a su frente, nuestro padre dejó de sonreír ante la amenaza de mi hermano.

—Quiero que la sueltes ahora mismo, ¿o pretendes probar si soy o no capaz de matarte? —preguntó sin mostrar su miedo.

Marcél empujó a Fabiola y ella enseguida corrió hacia mí para aferrarse a mi cuerpo mientras llora y tiembla de temor.

Acuné su rostro para besar ligeramente sus labios y abrazarla de nuevo. Susurró un «te amo» aún pegada a mi torso. Ella sabía que también la amaba, que era la razón de mi existencia y por quién lucharía por tener una vida sin cadenas porque ella merecía ser feliz y sería yo quien le diera esa felicidad.

—Vayan por sus cosas —nos ordenó Fegan sin dejar de apuntar a las sienes de Marcél, obedecimos enseguida—. Ponte de espaldas y suelta el arma —escuché la orden de mi hermano en tanto caminaba hacia la habitación donde habíamos guardado algo de efectivo.

Una detonación se escuchó enseguida volviendo todo aquello en un caos mayor, escuché los gritos de Félix unidos a los de Fryda. Cuando volvimos Félix sangraba estando en brazos de Madsen y mientras Fegan forcejeaba con Marcél manteniendo el arma apuntando al techo golpee a nuestro padre por la espalda, logrando se desplomara aturdido a la vez que soltó el arma dejándola caer, la tomé apuntándole, para mi infortunio al tirar del gatillo ya no habían balas.

—Hay que largarnos de aquí —me ordenó Fegan.

Sentí la mano de Fabiola tomar la mía y tirar de ella sacándome de mi petrificación, sin cargar con nada y sin saber a dónde ir, corrimos escuchado los gritos de nuestro padre amenazándonos con encontrarnos y acabar con nosotros.

Aquella noche huimos creyendo que era el día que nuestras cadenas por fin habían sido rotas, pero lejos de ello sólo fue el inicio de mi nuevo infierno, uno creado por mí, uno al que sin desearlo arrastraría a Fabiola hasta convertirme en su asesino.

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