Colección.

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Hizo lo posible por enterrar el cadáver de la rubia, en verdad necesitaba que el cuerpo picado a la mitad dejara de observarle con esos preciosos ojos azules

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Hizo lo posible por enterrar el cadáver de la rubia, en verdad necesitaba que el cuerpo picado a la mitad dejara de observarle con esos preciosos ojos azules.

Era un suplicio el tener que soportar la idea de que aquellos angelicales zafiros se cerraran para siempre.

Su desquicie hizo que de inmediato una idea descabellada atacara a su débil y narcisista cerebro.

Él era el mejor, él podía tener lo que él quisiera.

Con la pala, cortó de un tajo la cabeza del cadáver y la guardó en una bolsa negra, enterrando las partes restantes del cuerpo.

En unas pocas horas, el rostro de la chica estaba sobre un estante en su habitación, junto a un par de libros que él mismo había escrito.

Como creador de literatura que era, como demente que se había vuelto.

Buscó una hoja y un lápiz, y se sentó en su escritorio, comenzando a relatar lo sucedido a mano, con un excesivo lujo de detalles.

Supo exactamente cómo describir cada caso, convirtiéndolo en una novela, desde el punto frustrado de la policía.

Llenó los estantes de cabezas humanas en menos de dos años, todas de ojos abiertos y él feliz mientras relataba cada asesinato que realizaba, y mandaba sus escritos regularmente a una editorial para ir formando otro de sus libros policíacos, era bastante famoso y bien pagado por aquello.

Tal vez tenía una pequeña obsesión con aquellos órganos podridos. No podía explicar qué era lo que hacía tan especial a su colección, no sabía decir qué encontraba de increíble en ojos muertos puestos sobre él mientras escribía.

Conoció a una mujer, sí, a la cual le tuvo algo de piedad y la abandonó cuando supo que estaba esperando un hijo suyo, sin asesinarla, lo cual, tal vez había sido un cabo suelto en su vida difícil de volver a encontrar, por lo que jamás le prestó atención a aquello, tan sólo lo borró tan fácil de su mente como el cargo de conciencia con cada asesinato.

El hombre tenía un graduado de Filología, y un sobrenombre bastante alto, por lo que en pocos meses, logró ingresar en una escuela primaria como profesor, teniendo en sí lo que él consideraba la tentación de tentaciones:

La inocencia, la ingenuidad, los débiles.

Los niños, su deseo prohibido y más profundo.

Mi asqueado lector, podemos decir que el hombre era un bastardo inteligente. Había estado matando a diestra y siniestra durante años, y jamás habían encontrado a los cadáveres, mucho menos al culpable. Siempre dejaba impunes las escenas del crimen, sin pistas que pudieran apuntarlo a él.

¿Quién le diría a aquel pedófilo enfermo que acabaría muriendo en una explosión automovilística?

Relatos Oscuros (Bilogía: Relatos #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora