Hotline.

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A medida que iba conduciendo, las calles se hacían más oscuras y desiertas, aburridas

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A medida que iba conduciendo, las calles se hacían más oscuras y desiertas, aburridas.

El señor de apenas cincuenta y tres años, se encontraba tarareando una canción mientras en su mente se encargaba de organizar la próxima clase de literatura particular que le impartiría a alguno de sus alumnos en la escuela primaria donde ejercía como docente.

Un desconocido, mientras caminaba hacia su auto, unas horas antes, le había entregado una tarjeta con un número de teléfono, estaban promocionando una nueva hotline del lugar, hecha para cada fetiche, incluso hasta el más bizarro.

Decir que el suyo no lo era, era una falacia.

Para matar el tiempo, agarró la tarjeta y condujo lento para no chocar a pesar de que la calle era recta y se encontraba vacía. Marcó el número en su celular y dejó este sobre sus piernas.

-Buenas noches, señor.-una voz de una chica bastante aguda fue la que nació en respuesta, luego de unos tres timbres-¿Qué desea?

Él seleccionó su paquete, había llamado con la opción de número privado, así que no tenían manera de saber que era él.

-Buenas noches, papito...-una voz que sonaba confusa, pequeña como la de...como la del niño que había pedido para que lo calentara.

-Buenas noches, chiquito-el enfermo sonrió, era una de las pocas veces que podía desarrollar su deseo obsesivo por los varones de muy corta edad, ese sonaba como de siete y ocho años, con su habla poco desarrollada.

-Yo...no sé qué decir, no quiero estar aquí.

-Tienes que estar aquí, para eso te estoy pagando.

No dejó de suavizar la voz en ningún momento, aunque algo de enfado de presentó en su rostro cuando no tuvo respuesta.

-Niño, ¡habla ahora o te juro que-

Unas fuertes risas invadieron su campo auditivo y dió un salto, gruñendo con enfado, pero también...sin atreverse a hablar, sentía que otra vez se estaban burlando de él por sus gustos.

¿Por qué nadie podía entenderlo?

-Estás enfermo.

La voz era diferente, sonaba distorsionada, a pesar de que el teléfono se escuchaba con claridad.

Sus pelos se pusieron de punta ante aquella afirmación, y apretó el volante sin colgar el teléfono, escuchando cómo las risas estridentes se hacían más fuertes mediante el altavoz.

¿Por qué carajos se escuchaba tan cerca? ¿Qué clase de llamada caliente era esa?

-Voltea.

En el asiento trasero de su auto se encontraban tres cadáveres putrefactos, tres niños pequeños postrados de forma asimétrica y extraña en la superficie acolchada. Un grito abandonó su garganta al ver cómo cada uno de los muertos movió su cabeza hasta tener sus repulsivos ojos sobre él.

Qué gran error fue el seguir conduciendo, mi repugnado lector. En lo que aquel seguía shockeado por los fallecidos en su asiento trasero, sin poder moverse, un camión venía de lleno, justo en frente, haciendo que en pocos segundos ambos vehículos impactaran, y el auto del hombre terminara explotando en sus narices.

¿Él no quería calentarse con niños? Pues allí estaba, bien rostizado.

¡Oh! Y si quieren saber el origen de los cadáveres, digamos que nuestro protagonista puede que haya abusado de algunos de sus alumnos mientras sus padres no observaban. Tal vez aquellos niños ni siquiera eran reales, tal vez todo era producto de su enferma imaginación mezclada con algo de culpa.

Relatos Oscuros (Bilogía: Relatos #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora