๑Capítulo tres.

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Las clases de arte superaron todas las expectativas que Kenai había albergado en su mente. Desde el momento en que cruzó las puertas de la academia, quedó maravillado por la grandiosidad del lugar. Los salones amplios y luminosos, decorados con obras maestras colgadas en las paredes, creaban una atmósfera mágica y estimulante.

Kenai se sentía abrumado por todo lo que veía a su alrededor. Las esculturas delicadamente talladas, los lienzos llenos de colores vibrantes y las instalaciones experimentales despertaban su imaginación y le recordaban que estaba en un lugar donde podía dar rienda suelta a su creatividad sin restricciones.

Lo peor de ser un artista son las restricciones.

Pero se dio cuenta de cómo era que no encajaba, eran sólo detalles, pero... Lo vio y lo vivió muchas veces. Los demás estudiantes vestían el mismo uniforme que él, pero aún así parecía ser diferente. Sus estuches de pintura, pinceles y materiales eran mucho más grandes y no tenía solo uno. Sus espacios de dibujo y pintura eran amplios y estaban llenos con sus pertenencias, dejando un espacio pequeño y con la única silla de color distinto al de los demás; ahí era donde debía sentarse él, su puesto. Más estrecho, sin vista a la ventana, en una esquina y sin un mesón como el de los demás.

Debía respirar. Fue lo primero que se dijo internamente. Todo va a estar bien.

Los murmullos no tardaron en comenzar una vez entró al salón.

Algo era algo y él también estaba consciente que no pertenecía ahí. No era el hijo de un abogado o doctor y mucho menos tenía el suficiente dinero como para pagar todos los plumones, marcadores, lápices de colores y demás como todos ahí dentro. Pero lo que tenía era lo que lo había llevado a amar lo que hacía, así que tenía que poner más en relevancia ello que las miradas y murmullos de riquillos ignorantes.

Se instaló lentamente en su esquina, el asiento era cómodo y con eso era suficiente para estar satisfecho. Se había acostumbrado a recibir menos que los demás, a ser menos que los demás y todo lo que implicaba ser inferior que los demás. Ese era el destino de los marginados en lugares a los que no pertenecían. La diferencia no solo era el color después de todo.

—Disculpa, ¿dónde puedo conseguir los lienzos? —le pregunto a la chica a su lado que parecía estar consentrada en acomodar sus marcadores por números de color.

La chica que era omega, levantó la vista hacia él, algo curiosa, pero se veía la amabilidad en sus ojos.

—Los traemos nosotros mismos, están en la lista de materiales que entregan en recepción —dijo, acomodando sus lentes. —¿Eres nuevo?

—Sí. No sabía lo de los materiales. ¿El montaje también debemos traerlo nosotros? —Kenai estaba un poco avergonzado así que no pudo ocultar su sonrojado rostro que se había teñido en menos de un segundo.

—Sí, pero como eres nuevo y al parecer estamos juntos en la esquina del aislamiento, ¡te daré una! —dijo la omega, sonriendo haciendo que sus mejillas regordetas frunciendo levemente sus ojos y movieran sus anteojos.

—¡Oh! No, no, no, no...

La omega ya había puesto un montaje frente suyo.

—Tengo como diez en el almacenamiento, así que no hay problema —dijo sin borrar la sonrisa alegre de su rostro, como si hubiera encontrado una especie de tesoro.

Kenai le sonrió igualmente.

—Gracias —dijo sonrojándose aún más.

—Por cierto, me llamo Daniela, Dani para mis amigos —se presentó la omega, mientras levantaba su brazo y extendía su mano con la palma abierta.

Serendipity || LIBRO 2 Hijos de las sombras (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora