Prólogo

294 21 15
                                    

Londres, Inglaterra Abril, 1813

     Lordy Han Jisung parpadeó para intentar deshacerse de las lágrimas mientras huía del salón de baile de Worthington House y de la escena más humillante de una larga lista de escenas humillantes. Agradeció el frío aire nocturno al bajar con rapidez la escalinata de mármol. La esencia de la primavera flotaba a su alrededor cuando aceleró el paso para llegar a las sombras de los jardines en penumbra. Una vez que se sintió a salvo, emitió un largo suspiro y caminó más despacio. 

     Su madre se desmayaría si descubriera que su hijo mayor había salido al exterior sin una acompañante adecuada, pero a el le resultaba imposible permanecer un minuto más en el interior de esa horrible estancia. Su primera temporada estaba resultando un absoluto fracaso y no hacía ni siquiera un mes que había debutado.

     Jisung, el hijo mayor de los condes de Allendale, debería haber sido por derecho propio el joven más hermoso del baile; había sido educado desde la cuna para destacar en ese mundo, lo habían instruido para conocer a la perfección los pasos de baile más elegantes, para lucir los mejores modales y una espléndida belleza. 

     Ese era el problema, por supuesto. Jisung era un buen bailarín y hacía gala de una educación impecable, pero ¿una belleza? Pragmático como era, sabía mejor que nadie que no se le podía considerar así. Tendría que haber supuesto que sería un desastre, pensó, mientras se dejaba caer en un banco de mármol en el interior del laberinto de los jardines de los Worthington. 

     Hacía tres horas que había comenzado el baile y todavía no se le había acercado un pretendiente adecuado. Tras ser abordado por dos reconocidos cazadotes, uno mortalmente aburrido y otro que ya había cumplido los setenta años, Jisung no pudo seguir fingiendo que lo estaba pasando bien. Era evidente que para la sociedad el solo tenía el valor de su dote y su ascendencia, y que el resultado no era lo suficientemente atractivo para conseguir una pareja de baile con el que disfrutar de verdad. No, lo cierto era que Jisung se había pasado la mayor parte de la temporada siendo ignorado por los solteros más elegibles, codiciados y jóvenes. Suspiró. Esta noche había sido todavía peor. Como si no fuera suficiente con resultar visible solo para los más aburridos y viejos, hoy había notado sobre él la mirada del resto de la sociedad.

—No debería haber permitido nunca que mamá me convenciera para ponerme esta monstruosidad —masculló para sí mismo, bajando la mirada a su vestido. La cintura le quedaba muy apretada, y el corpiño, muy justo. Estaba seguro de que ninguna bella del baile había sido coronada luciendo aquel anaranjado tono crepuscular. Ni un vestido tan horrible. Su madre le había asegurado que la prenda había sido confeccionada siguiendo la última moda y, cuando Jisung le sugirió que la forma del vestido no era la más adecuada para su figura, la condesa lo convenció de que estaba equivocado y de que estaría radiante como un atardecer. El aturdido joven había permitido que la modista la hiciera girar una y otra vez, pinchándolo, empujándolo y estrujándolo hasta conseguir ajustarle el vestido. Y, cuando por fin observó su transformación en el espejo de la modista, no le había quedado más remedio que mostrarse de acuerdo con ellas. Con aquel vestido parecía un atardecer. Un atardecer sorprendentemente feo.

     Se rodeó con los brazos para protegerse del frío nocturno y cerró los ojos llenos de mortificación. —No puedo regresar. Tendré que quedarme a vivir aquí para siempre. 

Se oyó una profunda risa ahogada entre las sombras. Jisung se levantó con rapidez y contuvo el aliento, sorprendido. Apenas pudo distinguir la figura de un hombre a pocos metros mientras trataba de sosegar los desbocados latidos de su corazón. Antes de que se le ocurriera siquiera huir, las palabras escaparon de sus labios, impulsadas por toda la ira y la frustración que sentía.

Reglas que romper - MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora