Capitulo 11

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Las palabras, susurradas con suave sensualidad, rezumaban tanta arrogancia femenina que Minho estuvo a punto de irse. Pero se sentó desgarbadamente en un sillón tapizado en cretona en el camerino de Nastasia Kritikos, negándose a que notara su irritación. Había pasado el tiempo suficiente con esa mujer como para saber que ella sentiría una satisfacción particular al conseguir provocarle.

Minho observó con los ojos entrecerrados cómo se acercaba al tocador y comenzaba a peinarse, siguiendo un ritual que había observado antes docenas de veces. La estudió: los pechos, agitados tras el esfuerzo que suponía cantar durante casi tres horas; el intenso color en sus mejillas, que indicaba la euforia que le provocaba la función; los ojos brillantes de anticipación por las horas que contaba pasar entre sus brazos. Ya había visto antes esa combinación de intensa emoción en la cantante, y jamás se había negado a contribuir para que tal excitación se transformara en un estado casi enfebrecido. Esa noche, sin embargo, se mantuvo impertérrito.

Había pensado no responder a la nota. Había considerado quedarse en el palco hasta el final de la función y salir del teatro con su familia, según habían planeado. Pero aquel mensaje subrayaba el hecho de que la mezzosoprano no era capaz de ser discreta. Iba a tener que deletrearle de una manera mucho más explícita que su relación había acabado. Supuso que debería haber sabido que ella no se haría a un lado con tanta facilidad, debería haber imaginado que no se lo permitiría el orgullo. Algo que ahora tenía muy claro.

—He venido a decirte que la nota de esta noche será la última que me envíes.

—Yo no lo creo —ronroneó ella mientras la última de las trenzas color ébano caía sobre sus hombros en una nube de seda—. Como puedes ver, ha surtido efecto.

—No funcionará la próxima vez. —La frialdad en su mirada azul enfatizó la verdad de sus palabras. Nastasia se miró en el espejo mientras una doncella se acercaba en silencio para ayudarle a quitarse el elaborado vestuario de la función.

—Si no has venido por mí esta noche, Minho, ¿por qué estás aquí? Odias la ópera, cariño. Y aun así, tus ojos no se han apartado del escenario. A pesar de afirmar que solo pensaba en su arte, Nastasia siempre estaba pendiente de la audiencia. A menudo, Minho había admirado la habilidad de la mujer para recordar la posición exacta que ciertos miembros de la sociedad ocupaban en el teatro, para captar quién observaba a quién a través de unos gemelos de ópera, con quién acudía cada uno y todas las excitantes y dramáticas historias que se desarrollaban en los palcos. No era de sorprender que lo hubiera visto y le hubiera enviado la nota.

La beldad griega se cubrió con una bata color escarlata y le indicó a la doncella que saliera. Una vez que se quedaron solos, miró a Minho, con sus ojos negros brillando entre las pestañas oscurecidas por los cosméticos y los labios curvados en un mohín lleno de carmín. Su pintarrajeada amante. Las palabras de Jisung inundaron inesperadamente su mente mientras Nastasia se aproximaba a él, tan segura del poder de sus artimañas femeninas que midió los tiempos de su acercamiento.

Minho entrecerró los ojos cuando ella flexionó los hombros y arqueó el cuello como si le ofreciera la clavícula, un lugar por el que él había sentido debilidad. Ahora solo notaba aversión; Nastasia parecía una de las estatuas de Jiwoong: preciosa pero carente de la sustancia que convertía la belleza en atractivo. Cuando se detuvo frente a él, la mujer se inclinó para revelar su generoso busto en una maniobra calculada para provocarle, pero él clavó los ojos en los de ella.

—Aunque aprecio el esfuerzo, Nastasia —dijo con la voz seca como la arena—, ya no estoy interesado. Una sonrisa petulante inundó la cara de la cantante, que estiró la mano para acariciarle la mandíbula en un provocativo gesto. Él contuvo el deseo de retroceder.

Reglas que romper - MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora