Minho abandonó el baile de inmediato. Dejó el carruaje en Salisbury House para que lo usaran sus hermanos y se fue caminando hacia Ralston House, que se encontraba a apenas quinientos metros. Durante toda su vida había sorteado precisamente ese momento; evitando mantener relaciones con chicos con los que tuviera demasiado en común; eludiendo a las madres casamenteras, por miedo a que le pudieran gustar de verdad los jóvenes que trataban de endosarle.
Crecer en el seno de una familia destrozada por culpa de una mujer le había marcado, una familia arruinada por el amor no correspondido de su padre, quien había muerto de aflicción tras intentar combatir durante mucho tiempo aquella obsesión que, finalmente, acabó con él. Y ahora se las tenía que ver con Jisung. El hermoso, generoso, encantador e inteligente Jisung, que parecía ser todo lo contrario a su madre pero, aun así, igual de peligroso que la anterior marquesa.
Cuando lo miró con aquellos sensacionales ojos castaños y le profesó su amor, él había perdido la habilidad de pensar. Y cuando le rogó que se fuera, supo con exactitud qué había sentido su padre cuando su madre lo abandonó: una sensación de desamparo total y absoluto, como si le robaran una parte de sí mismo en sus propias narices y no pudiera hacer nada para evitarlo. Y era algo aterrador. Si el amor era eso, no quería saber nada de él.
Estaba lloviendo, la etérea niebla londinense que parecía envolverlo todo dejaba caer un húmedo y brillante resplandor sobre la ciudad en tinieblas y hacía inútil el uso de un paraguas. Minho no veía la lluvia, sus pensamientos giraban en torno a la imagen de Jisung, con las lágrimas rodando por sus mejillas, devastado... por su culpa. Si fuese honesto consigo mismo, admitiría que aquella situación estaba destinada a ser un absoluto desastre desde el instante en que el apareció en el umbral de su dormitorio —con su pelo castaño, sus ojos grandes e inteligentes y sus labios tentadores— pidiéndole que lo besara. Si hubiera prestado algo más de atención, se habría dado cuenta en ese momento de que Jisung acabaría por arruinar lo que hasta entonces había sido una vida perfectamente satisfactoria.
Hacía unos minutos Jisung le había dado la oportunidad de escapar, de regresar a esa vida. De poder pasar los días en su club de caballeros, en su club deportivo, en las tabernas... y olvidarse de que había conocido a un solterón aventurero que parecía sentir una impropia inclinación por traspasar los límites marcados por la sociedad. Debería haber dado saltos de alegría ante la posibilidad de librarse de aquel chico tan molesto. Pero ahora tenía recuerdos de Jisung en cada uno de esos lugares, y la vida que había llevado antes de la noche en que el irrumpiera en su dormitorio ya no le parecía satisfactoria. Le parecía desprovista de risas y conversaciones interesantes, carente de visitas inadecuadas a tabernas en compañía de hembras aventureras. Vacía de amplias sonrisas, curvas exuberantes y listas malditas. Falta de Jisung. Y la perspectiva de disfrutar de una vida sin él era, sin duda, deprimente. Estuvo caminando durante varias horas. Mientras vagaba sin rumbo por la ciudad, pasó ante Ralston House en numerosas ocasiones, pero no tenía interés alguno en regresar a casa. Se le empapó el abrigo pero no lo notó, ensimismado en sus pensamientos, y, cuando finalmente levantó la mirada del suelo, se encontraba ante Allendale House.
La mansión estaba a oscuras, salvo una luz que titilaba en una ventana que daba a los jardines laterales, y estuvo un buen rato considerando esa casualidad. Finalmente tomó una decisión. Golpeó la puerta y le abrió el mismo mayordomo de edad avanzada al que había aterrorizado días atrás.
—He venido a ver al conde. —Fue lo único que dijo cuando el hombre agrandó los ojos al reconocerlo. El mayordomo no pareció dar importancia a la hora que era ni se excusó diciendo que, quizá, el conde de Allendale no estuviera en casa. Se limitó a decirle que esperara y que anunciaría su visita. Regresó en menos de un minuto y tomó el empapado abrigo y el sombrero antes de indicarle dónde estaba el estudio del conde. Minho entró en una estancia grande y bien iluminada y cerró la puerta al ver a Christopher apoyado en el borde de un enorme escritorio de roble, con unas gafas sobre la punta de la nariz, leyendo unos documentos. El conde levantó la vista al oír el clic del picaporte.
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Reglas que romper - Minsung
Fanfic"Nueve reglas que romper para conquistar a un granuja" 1. Besar a alguien... apasionadamente. 2. Fumar puros y beber whisky. 3. Montar a horcajadas. 4. Practicar esgrima. 5. Asistir a un duelo. 6. Disparar una pistola. 7. Jugar a las cartas (en un c...