Capitulo 4

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Jisung se despertó tarde, y al instante notó un profundo nerviosismo en su interior. Durante un buen rato, sus embotados pensamientos se negaron a definir claramente la razón para tan extraña sensación, hasta que de repente fue plenamente consciente de los acontecimientos de la noche anterior. Se sentó de golpe en la cama y se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos, rezando para que todo hubiera sido un alocado y ridículo sueño. No tuvo suerte. ¿En qué había estado pensando para dirigirse a Ralston House pasada la medianoche? ¿Realmente había estado en el dormitorio del marqués de Ralston? ¿De verdad había hecho un trato con el más famoso libertino de Londres? Sin duda alguna no podía haberle pedido que lo besara. Recordó sus acciones y una oleada de intenso rubor le cubrió las mejillas, luego ocultó la cara entre las manos y gimió lleno de mortificación. Nunca volvería a tomar ni una gota de jerez. Nunca jamás. Los pensamientos se agolparon en su mente durante unos breves momentos, hasta que finalmente meneó la cabeza.

—¡Le pedí que me besara! —gimió, lleno de horror. Se hundió en la cama con un gemido y deseó que el mundo estallara en pedazos o, como mínimo, que se lo tragara la tierra. Simplemente no podía arriesgarse a ver otra vez a Minho Lee. No después de ese beso. Pero menudo beso. Apretó los ojos ante ese pensamiento, aunque aquello no detuvo el torrente de recuerdos que lo acompañó. El beso había sido todo lo que el había imaginado y mucho más. Minho había sido... demasiado. Se había cernido sobre el con el oscuro pelo despeinado y los ojos brillantes bajo la luz de las velas para besarlo. Labios cálidos, manos firmes... exquisito todo él.

Recordó el suave roce de su lengua, el firme agarre de sus brazos... y, sin saber cómo, se encontró con que estaba acariciándose. Sintió una oleada de calor al recordar la delicada manera en la que él había jugado con sus labios, el estremecimiento de excitación cuando notó su aliento en el cuello... Había sido todo lo que él había soñado alguna vez. Y cuando terminó, había quedado reducido a pedazos. 

Él le había dicho que los besos debían dejar anhelando... pero Jisung no estaba preparado para la sensación de vacío que lo atravesó cuando él se apartó y le miró con serenidad, como si solo hubieran asistido a los servicios dominicales y estuviera a punto de pasar el cepillo. Él había anhelado más... y todavía lo hacía. La experiencia, aun bochornosa, resultó intensa y liberadora como nada que hubiera experimentado antes, y había satisfecho todos sus sueños. ¡Y había ocurrido con Minho! Ese beso había compensado diez largos años en los márgenes de los salones de baile, observándolo pasar con una lista interminable de bellezas colgadas del brazo, una década escuchando rumores a todas horas sobre sus últimas hazañas, una eternidad enterándose de todas sus amantes con lo que siempre había intentado que pareciera falta de interés. Aunque, por supuesto, sí le había interesado. 

Negó con la cabeza. Los hombres como Minho no eran para personas como él. Esa era la enseñanza que había obtenido de la noche anterior. Minho era para Jovenes excitantes, provocativos y aventureros... a pesar de que Jisung, con tres copas de jerez encima, se hubiera considerado así la noche anterior... Bueno, bajo la luz del día, él no era nada de eso. Pero, por una noche, por un fugaz momento, lo había sido. Y qué momento tan precioso. Había sido atrevido, lanzado y, definitivamente, cualquier cosa menos pasivo. Había ido a por aquello que sabía que no podría obtener de otra manera. Y, aunque la noche anterior Minho podía haberle enseñado que todo aquello no era para el, no había ninguna razón para considerar que el resto de las cosas que deseaba hacer fueran inalcanzables. 

Puedo completar la lista. Aquella idea lo envalentonó. Miró instintivamente hacia la delicada mesilla de noche donde había dejado la escandalosa hoja de papel antes de meterse en la cama. La cogió y la leyó, sonriendo para sí mismo al ver las palabras. Si los acontecimientos de la noche anterior eran una prueba disfrutaría de cada minuto que necesitara para llevar a cabo los demás puntos. Aquellas nueve premisas eran todo lo que se interponía entre él y una vida plena. Solo tenía que arriesgarse. Y ¿por qué no hacerlo? Pletórico de energía, apartó las mantas y se levantó. Irguió los hombros y atravesó la estancia hasta el pequeño escritorio en la esquina. Dejó en él la lista, alisó el arrugado papel y volvió a releerlo antes de coger una pluma y sumergirla en el tintero cercano. Había besado a alguien. Y apasionadamente, además. Con elocuente firmeza, trazó una gruesa línea negra sobre el primer punto, incapaz de contener una sonrisa. ¿Cuál será el próximo?

Reglas que romper - MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora