Vida pasada - Eagle Warrior

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Regresé a la casa de Ximena, asegurándome de dar muchas vueltas durante mi recorrido en caso de que Troy me estuviera siguiendo. Cuando me sentí más seguro, tracé un rumbo más fijo hacia mi refugio y entré a la habitación que me pertenecía. Con la tranquilidad del lugar, hubo momentos en que consideré ponerme a hacer la tarea, platicar con mi mejor amigo o con alguno de mis compañeros de clase, incluso pasar un rato en redes sociales, pero rápidamente recordaba que no tenía celular ni razones para hacer la tarea. Antes de que el aburrimiento me matara, una pelirroja entró al cuarto.
—No sé qué te gusta, estabas fuera cuando pedíamos de comer, así que te traje esto —dijo Ariana dejando una bolsa de comida a domicilio encima de la cama.
—¿Cuándo comenzamos? —pregunté alterado, caminando lentamente al catre.
—Creo que primero debemos adaptarnos un poco más, conocer nuestras capacidades, pero sobre todo las tuyas —retorcí la boca involuntariamente—. Han pasado cuatro meses desde la última vez que hiciste ejercicio, no podemos mandarte a pelear enseguida, puedes lesionarte —La miré y acepté lo que me dijo, no tenía por qué discutirle sus palabras. Tomé mi comida y me senté en la cama en silencio.
—Mientras antes empecemos mejor. Dejaremos a Ximena lo más lejos posible.
—Bien. Termina tu comida y comenzamos, te veo en el patio para entrenar.
—¿Tan rápido? —pregunté confundido y alterado, casi dando un salto de la cama.
—¿No querías que empezáramos pronto? —respondió nerviosa, retrocediendo.

Acepté lo que propuso, y cuando se fue de la habitación terminé con calma la pechuga de pollo que me había pedido. Tras comer, esperé una hora y me dirigí al patio de la casa, donde Ariana me estaba esperando con una bolsa de ropa deportiva con medidores de oxígeno, pulso, glucosa y demás, sin embargo, también sostenía su tableta con seguridad, invitándome a que subiera a la caminadora rápidamente.
—Pulsaciones normales, oxigenación perfecta —exclamó la pelirroja—. Todo bien de momento —añadió observando las lecturas que la máquina le transmitía a su dispositivo, pidiéndome que acelerara el paso—. Dieciocho millas por hora... Veinte...
—¿Y en kilómetros cuánto es eso? —pregunté jadeante mientras corría.
—No me culpes, no estudié en México —Antes de que pudiera darme el resultado en la medida que le pedí, dio un grito de sorpresa—. Cincuenta y un millas por hora —comencé a desacelerar mirándola confundido—. Ochenta y dos kilómetros, casi el doble que un atleta avanzado. Lo que sea que haya hecho Troy, funcionó

Me pidió que bajara de la caminadora, y me obligó a hacer calentamientos para cada una de mis extremidades mientras ella arrastraba, con dificultad, una caja que parecía contener varios objetos dentro. Terminé de calentar, y la miré con confusión.
—¿Sí me ayudas? —preguntó jadeante.

Dejé de reírme por dentro y la ayudé a llevar la caja a un lado del lugar donde entrenaba. Ariana la abrió y me ordenó tomar uno de los objetos del interior. Al agarrarlos supe que eran pesas, que estaban visiblemente desproporcionadas y probablemente no eran recomendadas para un chico de mi edad.

No eran exageradamente pesadas como pensé que serían, y al hacer varias elevaciones noté que había casi una nula fatiga muscular hasta después de las cincuenta repeticiones, y aunque el peso estaba escrito en libras, sabía que cargar dos discos de cuarenta y cinco en cada lado de la barra de press no era exactamente algo ligero.
—No creo que haya más necesidad de hipertrofia —dijo Ariana—, aunque tampoco pienso que necesites aumentar tu fuerza, al menos en el tronco superior.
—¿Dices que si cargo ciento ochenta libras aquí no puedo cargar más en piernas?
—Buen punto. Ponte de pie, coloca un disco más en cada lado y haz unas sentadillas, puedes cubrir la barra con una toalla si quieres —ordenó impaciente.
—¿No puedo descansar un poco entre ejercicios? —pregunté jadeando.
—No, vamos a probar también tu resistencia ante la fatiga, apúrate.

La sesión de entrenamiento fue ligera para mí según palabras de Ariana, a pesar de que me encontraba exageradamente cansado después de terminar. Aun así, la chica fue piadosa y me dejó saltarme el cardio tras los levantamientos de pesas, pero eso significaba que el día siguiente sería completamente dedicado a probar mi resistencia cardiovascular, y realmente odiaba correr por lo monótono que consideraba a estos ejercicios. De todos modos, si todo eso iba a servir para derrotar a Troy, y por ende, regresar a casa pronto, entonces era lo mejor que podía hacer.

En cuestión de días comencé a sentirme más cómodo, Ariana, de cierta forma, era esa entrenadora personal que nunca había tenido. Su actitud era imperativa, pero no dejaba de motivarme para continuar mis entrenamientos. Aun así, lo que hacía en aquel gimnasio improvisado no era nada comparado a lo que haría en el campo cuando tuviéramos que enfrentarnos a su hermano.

Las clases universitarias de Ximena eran en horarios vespertinos y a veces nocturnos, así que a esas horas hacía los entrenamientos. Una de esas noches, mientras esperábamos a la chica, Ariana y yo comenzamos a sentirnos hambrientos, pero el refrigerador estaba casi vacío, en la despensa sólo había café y aderezos que casi nadie ocupaba; y los tianguis se ponían los sábados. Además, realmente estábamos aburridos en la casa, así que dejamos las aplicaciones de entrega a domicilio a un lado y decidimos ir a comprar comida a pie.

No quisimos buscar en locales cercanos, buscamos en zonas más cercanas al centro de Monterrey, aprovechando el momento para realizar un reconocimiento poco ortodoxo de la zona. Hubo un par de minutos en los que entramos en una colonia un tanto sospechosa, con poca iluminación y grupos de jóvenes o de señores, ninguno con una apariencia que nos transmitiera seguridad. Cuando pasamos al lado de un par de personas, los oí hablar de nosotros, para después escuchar que entre ellos se pasaban un objeto metálico ligeramente pesado y robusto, luego, percibí el sonido de la tela de su ropa estirarse, mientras introducían el objeto dentro de ésta, ocultándolo. Casi al instante, escuché los pasos de cuatro de ellos alejándose, mientras que uno se acercaba a nosotros. Tomé a Ariana del hombro, mirándola a los ojos preocupado y acelerando el paso, aunque podía oír que conforme acelerábamos, el chico también lo hacía.

Dimos vuelta en la esquina, sin mirar atrás, y esperamos a que el joven nos alcanzara, sólo para darle un golpe en la cara que lo tiró al suelo enseguida. Mientras estaba aturdido, tomé el arma de su pantalón, apuntándole directamente con ésta esperando que no se levantara. Sin embargo lo hizo, y no le importó tener el cañón en la cara, pues tomó una cuchilla de su bolsillo y arremetió contra mí, aunque no logró empujarme. Lo sostuve de los hombros, soltando la pistola en el proceso, Ariana la tomó del suelo y le apuntó al joven, de nuevo, sin lograr asustarlo. Oí el gatillo presionarse, pero no provocó ninguna detonación. Forcejeé con el chico por unos segundos, sintiendo cómo me intentaba apuñalar torpemente, doblando su muñeca cada que acercaba la hoja a mi cuerpo. La chica trató de tirarlo al suelo, pero él se aferró a mí con fuerza, evitando que cayéramos los dos, y aunque logré darle un golpe seco, no pasó mucho hasta que sentí el frío del metal introduciéndose en mi estómago con fuerza. Luchó por retirar el cuchillo, y tras unos segundos lo logró, volviéndome a apuñalar en una segunda ocasión, donde yo también le di un segundo golpe en la cara, observando su cuello rotarse con fuerza, aturdiéndolo lo suficiente para que Ariana lo tirara al suelo sin mucho esfuerzo. Sin embargo, mi primer herida comenzaba a sangrar, y mis piernas cedieron ante mi propio peso, cayendo de rodillas. Luché por mantenerme consciente, entrecerrando los ojos para enfocar mi alrededor, pero poco a poco se empezaba a ver más borroso...

El Arácnido, el Soldado y el velocista: Tres historias de origenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora