¿Quién diría que un mes podía pasar en un abrir y cerrar de ojos?
Georgiana había pasado sus días como soltera en un torbellino a cada hora, pues su madre la llevaba de una tienda a otra sin descanso y sin reparar en el dinero que gastaba en cada una. Y, por supuesto, ella no veía necesario replicar, por lo que se dejaba guiar por la ciudad como una muñeca a la que debían vestir.
Los primeros días, Jane las había acompañado, pero al sexto día se excusó diciendo que debía asistir a las clases de su institutriz y que no podía retrasar su educación porque su hermana estaba por casarse. Y, como nunca, Georgiana rogó volver a su niñez y no tener que buscar marido hasta la edad necesaria.
Al final de sus días, la única compañía que tenía era su madre, quien se había encargado de aburrir al resto de la familia con los preparativos.
¿Su prometido? Bueno, se paseaba por el hogar de la joven un par de horas tres días a la semana, con algún ramo de flores o con planes de unirse a la hora de la cena con el resto de la familia. En una ocasión, llegó sin previo aviso para realizar la prueba del anillo de boda, pero fuera del cortejo esperado, el caballero jamás la visitaba o le escribía para saber cómo había pasado su día.
Si esa era su forma de expresar su desacuerdo por la unión, pues ¡que se aguantara! Pensaba la joven cada vez que el caballero la visitaba con otro ramo de flores y una conversación sobre el itinerario de la boda.
Pero lo que más odiaba, era ver el maldito anillo de compromiso en su dedo y que fuera ella quien lo llevase todo el tiempo, le provocaba una sensación de orgullo y que sus sentimientos por el vizconde aumentaran. Sin mencionar, de que la joya fuera la prueba de que todo lo que estaba ocurriendo era real, para bien o para mal, en un par de horas se convertiría en la vizcondesa de Brighton.
Era su última noche como Georgiana Middleton y no estaba nerviosa por lo que ocurriría al día siguiente tras la boda, es más, sabía lo que tenía que hacer. En más de una ocasión tuvo que reprimir su sonrisa al ver a su madre nerviosa por la charla que debía ser una ayuda para su noche de bodas, pero su madre divagaba y, al final, se marchó sin siquiera explicarle lo que le esperaba en el lecho matrimonial. Y, para la suerte de Georgiana, hace un año sobornó a una doncella para que le explicara con detalles lo que ocurría en la habitación de un matrimonio.
Por lo que, en la soledad de su dormitorio y en la comodidad de su cama, Georgiana observaba sus pertenencias dobladas y embaladas, listas para emprender el viaje a su nuevo hogar.
Tal vez, lo único que le preocupaba de la noche de bodas no era el acto en sí; más bien, era el camisón recatado de tejidos suaves y ligeros, con algo de trasparencia e incrustado en encajes, con una silueta marcada en el área del busto y hombros. La visita a la tienda de lencería había sido un tormento para Georgiana, ya que su madre se encargó de reemplazar todas sus prendas interiores tanto para la noche de bodas y los primeros días de matrimonio.
Tenía claro de que no sentiría frío una vez usara esa prenda durante la gran noche, si en algún punto se tornaría como lo que sintió cuando ambos se besaron en el despacho de su padre hace un mes, estaba segura de que no tendría que preocuparse por enfermarse por llevar una prenda que dejaba demasiado al descubierto.
No tardó en recostarse en su cama, era hora de que durmiera un par de horas antes de que comenzaran los preparativos; por lo que, tras apagar la vela, cubrir su cuerpo con la ropa de cama y cerrar los ojos... se durmió esperando que su matrimonio fuera uno de los buenos.
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Desde El Primer Baile [#2]✔️
Historical FictionTras convertirse en el nuevo vizconde de Brighton, David Saint Clair debe cumplir una condición impuesta por sus padres. Debe buscar una esposa. En su búsqueda, termina cruzando camino con una dama en su estadía en su hogar en Nursted. ¿Qué le tend...