CAPÍTULO XXVI

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Al despertar a la mañana siguiente, Georgiana no pudo reprimir su sonrisa al ver a David durmiendo a su lado, con los labios ligeramente abiertos mientras su mano izquierda sujetaba con fuerza la de ella. Es un cambio, pensó ella a la vez que se apartaba del agarre con cuidado de no despertarlo y así dirigirse al baño para hacer sus necesidades antes de comenzar el día.

Primero, debía prepararse para bajar al comedor, ya que ese día el desayuno sería con propósitos familiares y como señora de esa trastornada familia, debía de dar un ejemplo con la puntualidad. Segundo, se aseguraría de los tres caballeros escucharan con suma atención sus palabras que había estado pensando desde que leyó esas cartas y finalizaría su discurso con una ligera amenaza a sus cuñados, luego todos compartirían un nutritivo desayuno, pues solo Dios sabía lo que ella tenía planeado con ellos y necesitarían todos los nutrientes para la vida que ella les estaba por ofrecer...o, más bien, los obligaría.

—Vaya, madre sabía que me casaría...

—¿Con quién hablas?

Georgiana dio un respingo cuando al cruzar la puerta escuchó a su esposo hablar desde la cama.

—¡Me has asustado! —exclamó mientras se llevaba las manos al pecho y caminaba hacia el extremo de la habitación para tirar del cordel que llamaba a la servidumbre. Luego, girándose, agregó—: Estaba pensando en voz alta sobre que mi madre nos ha criado para ser unas esposas mandonas.

—Explícate —murmuró él, mientras se sentaba en la cama, acomodando su blusa de dormir—. Me gustaría oír lo que piensas.

Ella, por otro lado, realizó una mueca antes de preguntar.

—¿Será posible para ti mantenerte al margen durante el desayuno?

—Debo estar bien encaminado en que cuando te refieres a "esposa mandona" —habló haciendo énfasis en las últimas palabras—: Es porque planeas usar la carta de señora de la casa para tratar con mis hermanos, ¿o me equivoco? —tras preguntar, David no pudo reprimir la carcajada al ver el rostro ceñudo de su mujer—. Georgiana, no es necesario que me elogies por comprenderte en el primer intento.

—Yo no... — comenzó a decir Georgiana cuando se interrumpió al comprender las palabras—. Ah, ¿he puesto una mueca?

—Solo un poco —murmuró David.

Georgiana asintió con una mirada pensativa, pues tenía demasiadas cosas por hacer y necesitaría la ayudada del hombre frente a ella para llevarlas a cabo, por lo que, tras un largo suspiro, dijo:

—Me he percatado lo mucho que ustedes como hermanos tienen un gran parecido a la anterior vizcondesa.

—Has encontrado los retratos de mi madre —murmuró David con una sonrisa nostálgica.

—Bueno, no fue tan complicado —comentó Georgiana—. La casa tiene un corredor repleto de retratos familiares, pero debo decir que tu madre está en la mayoría.

—Puede que mi padre tuviera una obsesión con ella tras su muerte —asintió él, sabiendo con exactitud de lo que le comentaba su mujer—. Cuando asumí la cabeza de la familia, me dediqué en distribuir los retratos por nuestras propiedades... son demasiados, para ser una obsesión sana.

—¿Él la amó? —preguntó ella—. Me refiero a si tu padre amaba a tu madre, ya que los...

—No, al menos al inicio no la amaba, pues el matrimonio de ellos fue un arreglo nupcial —señaló David—. Mi madre se casó a los diecisiete años, ella era joven y la unieron a un hombre que le doblaba la edad, debió sentirse como en una prisión pues no la recuerdo sonriendo.

Desde El Primer Baile [#2]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora