CAPÍTULO XXII

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Su matrimonio con David debía de significar algo para el caballero aun cuando coincidían en pocas ocasiones durante el día.

Se preocupaba por él y estaba claro de que entre más tiempo que ella pasaba a solas, añoraba la presencia de su esposo y no estaba dispuesta a llamar aquello «amor», pero estaba segura de que temía por el rumbo que iba su relación matrimonial.

Georgiana cerró sus ojos mientras soltaba un suspiro cansino, preguntándose que haría para resolver aquella brecha que parecía existir entre su relación comunicativa y emocional con su marido. Pero mientras pensaba, sintió el carruaje detenerse y tras abrir los ojos, vio que un lacayo se apresuraba por el camino de piedrecillas para abrir su puerta.

Al ingresar a su hogar, preguntó al lacayo si su marido se encontraba en la casa, pero solo recibió una respuesta negativa y otro hombre se acercó a ella. Su mayordomo, quien se aproximaba a ella en el momento más oportuno.

—Necesito saber si mi marido ha recibido alguna carta durante el día —ordenó ella con voz firme, ya que necesitaba mostrarse autoritaria frente al servicio que estaba bajo su mando—: Si él no se encuentra, no puedo dejar descuidada la correspondencia.

—La mayoría son de algunas cuentas monetarias que debe ajustar y un par de invitaciones a fiestas para la temporada en Londres.

—De acuerdo, leeré las invitaciones y las que no me has mencionado aún —señaló Georgiana con una sonrisa astuta—. He dado la vista ciega cada vez que no me permitías leerlas, pero he tomado la decisión de que ya no lo permitiré.

—Pero milady, el señor me ha dicho que...

—Lo dejaré claro una vez más, mi esposo desconfía de que pueda hacerme cargo del contenido de aquellas cartas —interrumpió mientras con una seña, llamaba a su ama de llaves que pasaba por el lugar—. Beatrice, a partir de hoy, toda correspondencia pasará por mí antes de llegar a manos de mi esposo, es una nueva orden que espero el servicio comprenda.

Su ama de llaves dudó antes de hablar, ya que comprendía con exactitud la mirada del mayordomo.

—A sus órdenes lady Saint Clair.

—Bueno, eso quería oír —sonrió la joven. Tras unos segundos, se dedicó a observar al mayordomo y a su ama de llaves—. Ahora, ambos me explicarán con todo detalle el por qué mi esposo me ha prohibido leer el contenido de esas cartas —dijo con seriedad, pero como ninguno de ellos estaba decidido a hablar primero, decidió agregar—: A menos, por supuesto, que quieran me marche a Londres y avise al conde que lord Saint Clair no está cuidando a su hija como se debe; situación que pondría en peligro al caballero que llevan conociendo de hace años, ¿no lo creen?

Ambos sirvientes no tuvieron otra opción que hablar.

—Hace unas semanas lord Saint Clair ha estado recibiendo con más regularidad las cartas de sus hermanos mayores, lady Saint Clair —confesó su ama de llaves.

—No veo el problema en ocultarme tal detalle —dijo Georgiana con una sonrisa que desconocía la preocupación de todos en aquel hogar.

—Todo lo que representan a los hermanos mayores de su esposo es una complicación para todos los que trabajamos para ustedes —señaló el mayordomo—. Cada vez que se presentan ante su esposo, él nos ordena a mantenernos alejados y alertas.

—Es como si nadie viviera en la mansión cuando ellos le visitan —se estremeció el ama de llaves—. La última persona que estuvo cerca de ellos fue el mayordomo de la mansión en Brighton.

—Tuvo que permanecer en cama una semana —murmuró el mayordomo ante una curiosa Georgiana—. El pobre apenas podía abrir los ojos.

—Le golpearon —murmuró con tristeza Georgiana.

Desde El Primer Baile [#2]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora