CAPÍTULO XXV

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David esperaba que salieran a recibirlo, pero con un panorama diferente, tal vez un par de sonrisas, en cambio, la preocupación estaba reflejado en los lacayos que se apresuraban a llegar a él.

—Señor, es su hermano...

—¿Qué...? —fue lo que alcanzó a decir cuando unos gritos resonaron, alertándolo, por lo que solo pudo pensar en una persona—. Georgiana.

Lo que más temía estaba ocurriendo esa misma noche, se suponía que intentaría reconciliarse con su mujer y estaba dispuesto en confiar en ella, en mostrarle el hombre miserable que era y esperar que ella supiera amar hasta el lado más débil de él ¿Por qué justo ese mismo día uno de sus hermanos debía de presentarse en su hogar en Londres? David no lograba entenderlo del todo, pues siempre habían evitado visitarlo en la ciudad y ahora que Georgiana estaba sola, sin su protección ¡Era ridículo! Su esposa debía de ser una mujer con muy mala suerte.

En las últimas semanas estaban ocurriendo cosas de lo más extrañas, cada una con respuestas a la mano y fáciles de que él pudiese comprenderlas para buscar una solución. Excepto, talvez, que no esperaba encontrarse con su hermano mayor en el suelo rogando a la servidumbre que detuvieran a una Georgiana enfurecida con el cabello revuelto y con una vara en alto.

—El que se atreva en auxiliarlo sin mi autorización debe de estar fuera de sus sentidos —bufó Georgiana mientras le daba un golpe al suelo, muy cercano al lugar donde el hombre que apenas podía cubrir su cabeza lloraba asustado—. La próxima vez que intente siquiera usar la fuerza en mí, no creo pueda ser de mucha ayuda si mi marido llega a enterarse.

—¿La has golpeado? —preguntó David mientras se acercaba al tembloroso cuerpo de su hermano en el suelo y lo agarraba de la camisa—. Howard, responde, ¿te has atrevido a...?

—Solo me aferré a su vestido y ambos caímos por las escaleras tras perder el equilibrio —respondió soltándose del agarre de David con furia—. Tu mujer me golpeó dos veces antes de que llegaras, lo juro.

—Si algo le pasa a mi hijo por su estupidez —amenazó Georgiana tras la espalda de su marido—: Le juro que haré más que golpearlo con una vara, idiota.

David se giró unos segundos para ver la mirada amenazante de su esposa, luego, su mirada bajó al abdomen donde la joven realizaba pequeños toques delicados con su mano libre.

¿Hijo? Eso significaba que ella estaba... Le tomó unos segundos redirigir su sorpresa, ¿Sería padre?

—Hijo de... —murmuró antes de girarse a su hermano y propinarle un puñetazo en la cara—. Howard, no importa que seas mi hermano mayor y lo mismo le diré a Brent —comenzó a sisear con furia—: Si alguno llega a lastimar a mi mujer o a mi hijo, haré lo posible para encarcelarlos o enviarlos al otro lado del mundo.

—La muerte sería una buena opción —agregó Georgiana con tono burlón—. Pero, para la suerte de tus hermanos, el hecho de que les desee la muerte va en contra de la educación que mis padres me han otorgado.

David no pudo evitar la sonrisa ladina en su rostro al oírla decir aquello, considerando que Georgiana nunca sentía lástima por aquellos que causan el mal a otros.

—Solo vine por mi dinero, Dave...

—Hablaremos del famoso dinero mañana en el desayuno —ordenó Georgiana mientras señalaba el segundo piso—. Recibirá un baño de lujo para sacarse toda esa peste de licor del cuerpo, cenará como un hombre de la aristocracia con nosotros en menos de una hora y, tal vez, decida convencer a mi marido de seguir aportándoles dinero a unos buenos para nada.

—Georgie, no creo que...

—Nada de nada, David —interrumpió Georgiana dirigiéndose a su marido—. En el momento que me convertí en tu esposa, me propuse de hacer algo con tus hermanos y eso es lo que haré, ya que no pienso que mis futuros hijos tengan unos familiares con vicios denigrantes como el alcohol.

Desde El Primer Baile [#2]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora