CAPÍTULO XXIII

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Tras retirarse, Georgiana no pudo mantenerse en silencio por mucho tiempo por lo que decidió preguntar a su marido que le seguía los pasos.

—¿Cuándo podré conocer a sus hermanos?

Subir las escaleras se le estaba siendo un completo mártir, pues lo único que deseaba era llegar a su dormitorio cuanto antes y seguir aquella absurda discusión en privado. Después de todo, Georgiana veía innecesario discutir de temas tan irrelevantes como sus cuñados que aún no tenía el placer de conocer.

—¿Qué tienen que ver mis hermanos en este asunto? —preguntó David confundido—. No veo necesario hablar de ellos en nuestra relación, por lo que agradecería que cambiásemos de tema y nos centrásemos en lo que te ha estado disgustando desde hace días, al parecer.

Por supuesto, la joven no creía necesario decirle que había leído las cartas y esperaba que él confiara en ella esta vez. Por lo que, ahora refugiados en las paredes de la habitación matrimonial que compartían, estaba segura de que podrían hablar con más soltura y gustaban de una privacidad que en el comedor no tendrían, aunque el servicio se fuera a la cocina.

—¿Por qué aún no los conozco? —preguntó ella nuevamente al girarse y cruzar sus brazos frente a su pecho, mientras que David cerraba la puerta de la habitación—. Han pasado dos meses de que nos hemos casado y ellos aún no se han presentado para darnos las enhorabuenas.

El rostro de David se volvió serio.

—No debes preocuparte por ellos, ya me encargaré yo...

—Puedo ayudarte, David —interrumpió ella.

—No es necesario, Georgiana —dijo él en un suspiro cansino—. Solo debes preocuparte de lo que tienes frente a ti.

Georgiana asintió.

—Eso hago, me preocupo por nuestra relación —concordó ella con los labios fruncidos—: Y tus hermanos parecen ser una piedra en nuestra vida matrimonial, te guste o no.

—Mis hermanos están fuera de discusión, Georgiana —sentenció él.

—¿Por qué? —insistió la joven—: ¿Por qué te rehúsas tanto en hablar de ellos? No me molestaría saber si han infringido alguna ley, son tus hermanos y haré lo que esté a mi alcance en ver algo de bondad en ellos.

—No es de tu incumbencia, Georgiana.

—¡Por supuesto que lo es! —exclamó con enfado y se llevó una mano a su pecho—: ¡Soy tu esposa!

—Bueno, en este tema prefiero que no lo seas —dijo él, pasando sus manos por su rostro, una acción que demostraba los exhausto que estaba de todo—. Aprecio de que quieras ayudarme y sabes que tienes mi apoyo en todo, pero mis hermanos están fuera de discusión.

—Al menos merezco una explicación de tu contraria a dejarme conocerlos —murmuró ella.

—Yo no puedo —soltó David en un suspiro y, llevando sus manos a su nuca, miró al techo y agregó—: En serio que no puedo decírtelo, Georgiana —sonrió con debilidad, sin alegría en la mirada cuando decidió bajar la mirada hacia su mujer—. Créeme cuando te digo que preferiría morir antes de que los conocieras.

—Pero yo no deseo que salgas lastimado cada vez que ellos te visitan...

—¿Qué? —preguntó él con sorpresa, pero al ver el rostro de su esposa, supo que lo que había oído no habían sido alucinaciones suyas—: Estoy seguro de que no he sido yo quien te ha comentado que eso ocurre cada vez que me visitan.

Tal vez fue un mal momento para dejarse nublar la mente por la furia e impotencia, pensó Georgiana cuando el rostro de David pasaba de la sorpresa al enojo y creyó que, si mentía, nada bueno sucedería.

Desde El Primer Baile [#2]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora