Siempre contigo

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E X T R A

—Te ves bien, hijo. Es hora de irnos —dice mi padre, asomado por la puerta mientras me observo en el espejo, vestido de negro, con los ojos rojos y el alma hecha pedazos.

Me costó demasiado levantarme de la cama esta mañana. Sentía el cuerpo tan pesado como si llevara siglos cargando esta tristeza. Arreglarme fue automático, sin sentido.

Pero lo peor, lo que más me desgarró, fue ver la tumba de Cora llena de flores. Las flores no bastan para llenar el vacío que dejó.

Tampoco supe qué hacer cuando vi a su papá de rodillas frente a la lápida, llorando, acariciando su nombre tallado en piedra como si pudiera despertarla.

El encargado del funeral empezó a hablar. Decía las mismas frases vacías que seguramente ha dicho mil veces: palabras bonitas y bien construidas, pero frías. Nada de lo que decía se parecía a Cora.

Ella era fuego, era vida, era caos y ternura al mismo tiempo. Nada de lo que se decía ahí podía hacerle justicia.

Los Pogues llegaron poco después. Vi cómo mi hermana Sarah se fue con ellos, tal vez buscando un poco de consuelo. Y aunque quise mantenerme fuerte, llegó un punto en el que no pude seguir fingiendo. Las lágrimas que había contenido durante tanto rato me vencieron.

Y no me importó que todos me vieran.

Lloré. Lloré en silencio, con la mandíbula apretada, hasta que sentí un brazo rodearme: era Wheezie. No dijo nada, solo me abrazó. Y eso fue suficiente.

El sacerdote finalmente terminó de hablar. Se suponía que el papá de Cora diría unas palabras, pero no pudo ni levantarse. Entonces supe que tenía que hacerlo yo.

Respiré hondo, aunque el aire se sentía como cuchillas. Caminé hasta el frente y me quedé en silencio unos segundos. Sentía que el corazón me latía tan fuerte que me iba a romper el pecho.
Fue entonces cuando mis dedos buscaron la cadena de Cora. La acaricié, como buscando fuerza. Y hablé.

—Nunca pensé encontrarme en esta situación —dije, con la voz rota—. Perder para siempre a la persona que más he amado... no estaba en mis planes.
Cora era mi hogar. Mi caos favorito. La única que sabía calmar mis tormentas. Y me pesa... me pesa tanto no poder seguir compartiendo con ella mis días. Porque ella... se encargaba de que cada día valiera la pena. Me hizo mejor persona. Me enseñó a querer, incluso cuando yo mismo no me soportaba.
Y sé que no soy bueno hablando. Sé que esto no suena como un discurso... pero no planeaba decir nada. Solo quiero que quede claro que ella conoció lo mejor de mí. Que la amé hasta el último segundo. Y que nadie, absolutamente nadie, podrá hacerme tan feliz como lo hizo ella.

Volteé la mirada hacia su tumba, y aunque me temblaban las piernas, logré decir:

—Nos vemos... no muy pronto, Cora. Te amo.

Y caminé de regreso, con la mirada baja y el corazón hecho cenizas.

•••

—¡Rafe! ¡Amor, dale! —Siento cómo alguien mueve mi cuerpo una y otra vez, y cuando por fin abro los ojos... la veo.

Cora.
Radiante. Viva. Con esa sonrisa que conocía de memoria. Lleva puesta la blusa que le encantaba, la del atardecer dibujado, y huele a jazmín.

—Cora... —susurro, con un nudo en la garganta, y tomo su mano como si temiera que fuera a desvanecerse.

—Tenemos que irnos, amor. Hay que terminar de arreglar la casa antes de que se den cuenta —dice con dulzura, mientras me ayuda a incorporarme.

—¿Estás bien? —pregunta, acariciando mi mejilla con sus dedos suaves, tan reales que me cuesta distinguir si esto es verdad.

—No quiero perderte, Cora. Nunca.

Ella me mira con una tristeza profunda, pero su sonrisa no desaparece.

—Jamás me perderás, Rafe. Aunque estemos lejos, yo siempre voy a estar contigo. Siempre vas a sentirme en el viento, en las canciones que te hacen pensar en mí, en los lugares donde reímos.
No te dejé. Solo me fui un poco más adentro... de ti.

—No es justo. —Apenas puedo hablar. —Tenía tantos planes contigo... íbamos a huir, a comenzar de nuevo, a dejar todo atrás. ¿Te acuerdas?

—Sí —dice bajito—. Me acuerdo de todo.
De tu voz en la madrugada, de tus manos temblando cuando pensabas que no eras suficiente.
De cómo me mirabas como si el mundo solo tuviera sentido si yo sonreía.
Me lo diste todo, Rafe. Hasta cuando tú mismo estabas roto.

—Pero yo quería darte más. Quería darte una vida entera. No bastó.

—Rafe... —susurra, acercándose aún más, con los ojos brillantes—. Ya me diste todo. No te quedó nada por darme. Me amaste como nadie. Me defendiste como nadie. No te sientas vacío, amor. Yo estoy dentro de ti. Cuando sonrías, voy a estar ahí.
Cuando duermas, voy a susurrarte al oído.
Cuando te rompas, voy a abrazarte desde donde esté.

—¿Y si te olvido?

Ella sonríe con ternura.

—Eso nunca va a pasar. Porque aunque no me pienses todos los días, cada parte de ti va a recordarme sin querer. Y cuando mires al mar, vas a saber que estoy ahí. Cuando sientas que no puedes más... vas a recordar cómo te sostenía. Y eso será suficiente.

Me ahogo entre lágrimas, y apenas alcanzo a decir:

—Te amo, Cora.

—Y yo a ti, más allá de todo lo que existe —responde, besando mi frente.

Cierro los ojos. Me aferro a su voz. A su olor. A sus palabras.

Pero cuando los abro... ya no está.

El cuarto está en silencio. No hay nadie. Solo el eco de su voz y mi propia respiración entrecortada.
Miro mi mano. Sigo sosteniendo su cadena. Y aunque el aire está frío, siento su calor todavía en mi piel.

Cora ya no está... pero nunca se fue del todo.
Sigue aquí, donde nadie puede borrarla.
Dentro de mí.

Porque hay amores que no mueren con el cuerpo.
Hay amores que se quedan...
aunque solo vivan en los sueños.

ENEMIES - Rafe Cameron Donde viven las historias. Descúbrelo ahora