Sus pensamientos de pronto no podían dejar de enfocarse en Izuku, sabía que debía sacárselo de la mente si planeaba prestar atención a lo que los senadores tuvieran que decir. Aunque imaginaba que no dirían nada de importancia, sin embargo, existía un tema que debía ser discutido y no le extrañaría que el Senado supiera ya acerca de la rebelión.
Y, aun así, sabiendo que su prioridad debía de ser la militar no podía sacarse a Izuku de la mente algo simplemente no estaba bien ¿Un mal presentimiento? No, realmente no creía en tales cosas suponía entonces que sentía cierto rencor hacia sus últimas acciones, quizás no debió de ser tan frío con el joven tal vez, debió tratarlo de manera distinta.
Después de todo, había decidido que Izuku regresaría a Moira.
Era esa decisión la que parecía afectarlo, aunque sabía que era la mejor si quería que el príncipe estuviera a salvo.
O, quién sabe, quizás simplemente quería hacer a un lado a ese joven que había logrado acercarse tanto lo mismo había hecho con Camie, su anterior pareja.
Porque, muy dentro de sí, debía de admitir que no quería que Izuku se fuera, pero al mismo tiempo, no podía tolerar el pensamiento de lo que sucedería consigo mismo si Izuku se quedaba.
No iba a decir que no lo amaba, porque ni siquiera conocía el amor para empezar. Sería bastante injusto negar ahora algo que realmente no conocía del todo.
Recordó la confesión del elfo. El peliverde se había escuchado tan seguro de sus palabras. Pero no podía creer semejante cosa. No después de todo lo que le había hecho al joven.
Aun así, sabía que no importara lo que hiciera, Izuku jamás lo odiaría. Quizás la única forma de ganarse el odio del menor sería lastimando a su familia. Pero jamás se atrevería a hacer tal cosa, sabiendo el daño que esto le causaría al elfo.
¿Era eso amor?
No lo sabía pero, ya no importaba.
Ya no importaba.
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Salió de la lujosa casa, esperando a que los esclavos alistaran su litera.
Miró a su esposo, el cual estaba muy ocupado hablando con otro senador. Ambos se preparaban para ir a reunirse con el resto del Senado, y con el emperador.
Ella, por su parte, iba a la ciudad. Sus amistades nobles la habían invitado a acompañarlos a una obra en el teatro.
Por eso, estaba ahí ahora, vistiendo finas ropas y mirando a su esposo preparar su caballo.
Y, no sabía por qué, pero un sentimiento de sofocación inundaba su pecho.
Con el emperador no quería nada más que sexo. Sin embargo, no podía dejar de pensar en él... y en el príncipe.
Sabía que un asunto como ese no era de su incumbencia. Aun así, sus pensamientos parecían ir en contra de la razón.
A sus ojos era obvio que había algo profundo entre el elfo y el gobernante. Aunque el dragón se empeñara en negarlo. Katsuki era igual o más obstinado que ella. Por esa razón, ella podía leer a la perfección las acciones del rubio.
Y, sin embargo, la historia acabaría sin siquiera empezar a escribirse. Qué triste tragedia. Imaginaba que el emperador sufriría bastante. Pero no era su asunto. Aunque ella hubiera pasado por algo similar, y no quisiera que nadie más sufriera como ella lo hizo.
No era su asunto.
Además, imaginaba que ya era demasiado tarde.
Conocía bien la impaciencia de aquel senador. Ya debía ser demasiado tarde.
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Seduciendo al dragón
FantasíaEl mundo ha sido conquistado por los salvajes humanos que sedientos de más poder solo sería cuestión de tiempo para que decidan tomar la hermosa isla de Erza; el lugar está poblado por dragones, elfos, druidas, reptilianos y demás seres mágicos. Par...