Prólogo.

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Su casa era enorme, hecha de madera de un bonito color claro.

Una cama grande donde tres erizos podrían dormir juntos, sin embargo, era egoísta y le gusta dormir a sus anchas, poder dar vueltas en esa acogedora almohada gigante era de sus pasatiempos favoritos, además de que no tenia otra compañía, ¿Qué importa no pensar en aquello?

También estaba decorado con un jarrón en la esquina, donde se encontraba su planta favorita, Lavanda, no podía evitar tomarla y pasarla por su rostro, restregando lo, impregnandose del relajante aroma y es que, desgraciadamente, era un erizo muy ansioso, por lo que en sus malos momentos, olía sus manitas, intentando tranquilizarse.

Salía de su casa, observando el cielo azul artificial, las palmeras, bucles y acantilados del papel tapiz a su derecha, Green Hills, su lugar de fantasía favorito.

Amaba esos libros.

Bajó la escalera que guiaba a su casa y camino hasta llegar al papel picado de color azul qué tanto le encantaba, lo olfateo un poco, pensando en que hacer mientras su vista se dirigía al enorme vidrio que lo separaba de la habitación en la que vivía.

Miró la ventana, los ligeros rayos de sol entraban por esta, anunciando un nuevo día, el cual, según unas ligeras nubes grises le demostraban un día nublado, esos eran sus favoritos.

Dirigió el paso hasta su plato con agua y con una pajita, dio dos largos sorbos, se relambio los labios y miró hacia la otra escalera, aún más ancha y larga que la anterior y sonrió, su rutina decía que ya era hora.

Una vez afuera, donde todo era más grande, corrió hasta la cama con su gran velocidad y se sujeto fuertemente de las cobijas, escalando sin esfuerzo alguno para llegar hasta la orilla, donde pudo sentir el bulto cubierto del pie de su cuidador. Sintió como este se estremeció ligeramente por el pequeño peso, lo que hizo sujetarse de la tela un poco temeroso.

La última vez lo había lanzado por los aires de una patada...

Cuando sintió que se relajaba, con paso seguro pero apresurado, fue hasta el rostro de aquella persona y empezó a dar pequeños besos, mientras sus manitas picaban ligeramente aquellas mejillas.

La ligera risa fue una dulce melodia para él, amaba esa risa y aquellos ojos que brillaban sólo para él.

—Buenos días, Shadow. — Sus manos lo tomaron con mucho cuidado, el erizo se sentó en las palmas mientras veía a su cuidador acomodarse hasta sentarse y estirar la espalda.

Era lunes, inicio de la semana y devuelta a clases en la universidad.

Sí, este año también asistiría.

Un pequeño amor. (Sonadow/Shadonic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora