El rey de los elfos

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-Yo, no -dice Eldas, igualmente bajito. Tengo que hacer un esfuerzo por oírlo por encima de los crujidos del carruaje.

—¿Tú no? —Lo miro, pero sigue girado hacia la ventana.

-Si las cosas fuesen diferentes, tú no hubieses sido tú. -Por fin se gira hacia mí de nuevo. Sus ojos antes gélidos son ahora pozos tibios, tan tentadores y cálidos como los manantiales en los que nadaba desnuda bajo las secuoyas en lo más profundo de los bosques que rodeaban el templo—. Y he descubierto que me gusta mucho justo la mujer que eres. No cambiaría ni una sola cosa.

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