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Farsa de amor a la española

El silencio llenó el espacio entre nosotros mientras seguía esperando. Desde la oscuridad que me había tragado, esperaba sus palabras, sus caricias y sus próximos movimientos como nunca había esperado nada en mi vida. Iba a perder el control si no continuaba esa primera frase. Odiaba y saboreaba al mismo tiempo cada segundo que me separaba de lo que estaba por venir.

-Una vez te dije que tenía paciencia. -dijo. Sentí su respiración en mi sien y eso me disparó una ola de sentimientos por la nuca-. Que no me asustaba tener que esforzarme por lo que quería.

Más cerca. Estaba mucho más cerca de lo que pensaba. Su cercanía me erizaba la piel, aunque ninguna zona de nuestros cuerpos estuviese en contacto. Pero yo podía cambiar eso. Solo tenía que levantar una mano y podría acariciar con un dedo esos labios que tenía tan cerca de la oreja. O bien podría empujarlo y terminar con esta tortura. Pero entonces continuó:

-Puede que no haya sido del todo honesto.

No hice ninguna de las dos cosas. Mi mano no lo acarició ni lo alejó. En su lugar, dejé que la expectativa me inundara la sangre. Dejé la decisión en sus manos. Y, como si pudiera leerme como un libro abierto, hizo exactamente lo que necesitaba.

Sus labios, por fin, me rozaron la piel de detrás de las orejas, desencadenando una ola de escalofríos que me recorrió todo el cuerpo sin olvidarse de un solo centímetro de piel. -Se me está haciendo muy difícil esperar. -Otra vez sus labios en el mismo

lugar. Estás muy cerca de volverme loco. -Lanzó una risita sofocada. El aire que soltó me acarició la piel y me produjo un cosquilleo. Se acercó un poco más y se me aceleró el corazón. -Pero soy un hombre de palabra.

Dejé de respirar cuando sus labios volvieron a tocarme el cuello, y esta vez se quedaron unos segundos más.

Sus dedos subieron hasta acunarme la cara en su palma. Como antes.

-¿Quieres que me aleje? -Me acarició la mandíbula con el pulgar, muy despacio. Con la boca abierta, solo conseguí negar débilmente con la cabeza.