Capítulo 10

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No pude percibir el aroma natural de los pequeños árboles tupidos que me rodeaban. Tampoco pude sentir la piel áspera de sus troncos, tan solo el sonido de las hojas agitadas por el viento. No entendía dónde estaba, pero me resultaba familiar. De no ser por ello ya me habría sometido al miedo.

Avancé intentando encontrar alguna pista. Vislumbré a lo lejos la chimenea de una vieja fábrica que reconocí de inmediato. Había visto fotografías de ella, se encontraba a las afueras de San Francisco, sobre la carretera federal. Si llegaba a ella sería más fácil encontrar el camino a casa.

Corrí, esquivé todo tipo de trampas naturales que la vegetación puso. No fue sino hasta que ya estaba muy cerca cuando una rama seca me cortó la carne del brazo. Chisté de dolor. Ni una sola gota de sangre apareció pese a que era profunda y me recorría del hombro al codo.

Tan solo dediqué unos segundos a la herida, pero cuando levanté la vista el escenario ya había cambiado. La chimenea estaba a mis espaldas y mi cuerpo se encontraba sobre la orilla de la carretera. Frente a mí, una vieja cabaña parecía sostenerse de milagro.

La observé en silencio, había algo en ella que me resultó hipnótico. Ni siquiera noté cuando un par de manos, negras como el carbón, se posaron sobre mis hombros y comenzaron a recorrerme el cuerpo. De estas apareció una hilera de afiladas garras que se clavaron en mí, hasta lo más profundo de mis entrañas. Pegué un grito de dolor tan fuerte que me despertó.

Me incorporé sobre la cama con la respiración entrecortada y bañada en sudor. Estuve a punto de gritar despierta pero me contuve al descubrir que todo había sido una pesadilla. Solo me permití recuperar el aliento de a poco y fui al baño para lavarme la cara.

Eran las 3:00 am. Sin embargo, no pude volver a conciliar el sueño. Ni siquiera pude cerrar los ojos sin sentir que alguien me observaba.

Pasé así las siguientes tres horas hasta que finalmente sonó el despertador.

Me arreglé para la escuela como de costumbre. Jeans anchos y una camisa remangada, zapatillas deportivas y el cabello suelto.

No pasó mucho hasta que llegó Gia. Entró por la ventana, ese siempre había sido su acceso personal a mi habitación.

—Buenos días, bella durmiente. —Me descubrió despierta, frente al tocador. — ¿Madrugaste?

—Algo así.

Bastaron esas dos simples palabras para que la chica se diera cuenta de que algo andaba mal.

—¿Estás bien?

Asentí con la cabeza y me obligué a sonreír, pero a juzgar por su expresión Gia no se lo creyó ni por un segundo.

—¿Me acompañas a la escuela?

Mi pregunta provocó que se relajara apenas.

—¿De verdad?

—Sí. Extraño que lo hagas, como cuando éramos niñas.

Gia asintió y un leve destello de ilusión asomó de sus pupilas. Al menos logré desviar su atención.

Ahora solo tenía que relajarme. No podía estar tan inquieta por una pesadilla que ya había terminado.

De camino solo charlamos sobre Valeria y Andrea. Mi amiga imaginaria se disculpó varias veces por lo que pasó la noche anterior aunque le repetí que nada de eso había sido su culpa. A Valeria le sucedía algo muy aparte y tenía la sospecha de que Luca estaba detrás de ello.

Finalmente llegamos al instituto.

—Vendré por ti cuando las clases terminen —comentó Gia. Hasta me guiñó un ojo con aire coqueto.

Entre HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora