Extra

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Gia

La prueba de inglés resultó ser más fácil de lo que creí. Solo tuve que recordar aquellas veces en que leí las revistas de la señora Vélez. Cada mes, sin falta, venía la canción más popular de la lista global con sus versos en inglés y español. Como yo era totalmente inexistente para el resto del mundo no encontré mejor forma de pasar el rato que repasando aquellas letras una y otra vez.

Parecía aburrido, pero ahora me había servido como jamás lo imaginé.

Quizá fue por esa confianza que mi mente no estaba concentrada del todo. No podía evitar mirar el asiento vacío de Abril y preguntarme cómo seguía.

Ya deberían haberle dado de alta. Moría de ganas por volver a casa para verla.

—Señorita Vélez —bufó la profesora. Me tomó un segundo recordar que esa era yo, aún no me acostumbraba a tener un apellido. —Mantenga los ojos en la actividad.

—Lo siento.

Bajé la mirada e intenté concentrarme. Entonces percibí el movimiento de una silla en la primera fila y no pude evitar volver a distraerme. Observé a la pecosa que nos ayudó el día que Valeria golpeó a Luca. Había terminado su prueba y se levantó para dejarla en el escritorio de la profesora.

—¡Vélez! —insistió la mujer cuando me descubrió vagando de nuevo.

Me obligué a mirar mi prueba y no desviarme hasta que terminé. Fui la segunda en llevarla al escritorio.

—Imagina qué rápida serías si no te distrajeras tanto —comentó la profesora—. Puedes salir.

Como era costumbre los alumnos que terminaban los exámenes temprano podían salir para despejarse. Yo tuve que ir sola pues a Andy y Val aún les faltaba demasiado.

Pensé en ir al baño para mirarme en el espejo y asegurarme de que mi cabello y maquillaje seguían intactos. Al pasar por la puerta de mantenimiento me percaté de que estaba entreabierta.

Sabía que podía meterme en problemas pero la curiosidad fue más grande. Me asomé y encontré una escalera de caracol que llevaba al techo del instituto. Eso terminó por convencerme de que valía la pena arriesgarse y subí.

Quería conocer la vista desde ahí.

Para mi sorpresa el lugar no estaba vacío. De hecho, era una hermosa terraza con algunas sillas redondas, una lámpara para campamento, plantas de ornato y en el centro una mesita de café que le daba un aspecto bohemio.

Encontré a la pecosa fumando cigarrillos junto a dos chicas más.

—Es la nueva —dijo una de ellas cuando se percataron de mi presencia.

—Ven, no mordemos —dijo la otra antes de soltar una risita traviesa.

Me habían visto por el instituto y yo a ellas, pero jamás habíamos cruzado palabra.

Quise ser amigable y me acerqué con más confianza de la que debí pues el humo de los cigarros se metió por mi nariz y me llenó los pulmones hasta hacerme toser como loca.

—Una virgen de la nicotina —se burló la segunda.

En mi defensa, mi sentido del olfato era reciente. Aún no me había acostumbrado a muchos olores, incluyendo el tabaco.

—¿Cómo terminaste la prueba tan rápido? — preguntó la pecosa para cambiar de tema.

—Creo que se me da —respondí.

—Si te descuidas te van a reemplazar, Miriam —dijo la misma chica a la que parecía gustarle cuando se reía de mí.

Al menos así pude saber que el nombre de la pecosa era Miriam.

Entre HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora