Capítulo 21

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Durante la mañana, los alumnos se dedicaron a guardar todo lo que se usó en el altar dentro de una bodega en el instituto. Los profesores ayudaron y algunos llevaron chocolate caliente para repartir.

Melissa y yo nos encargamos de una parte del papel picado. Teníamos que doblarlo con cuidado para no romperlo y acomodarlo dentro de cajas de plástico. Cuando iba por el papel o los recipientes, miraba a Gia. Cuando lo doblaba, la miraba de nuevo. Y al salir de la bodega la busqué una vez más.

Me sentía como una acosadora, pero no podía dejar de verla. Lucía tan hermosa, incluso con el vestido de mamá. Quería estar cerca de ella y tomarla de la mano. Si tan solo la gente no fuera tan cruel, podríamos estar juntas sin miedo alguno.

Valeria apareció cuando el papel picado se terminó y se sentó junto a mí en una mesa de la cafetería. A lo lejos se podía ver al resto de alumnos que aún no terminaban de acomodar.

—Para que no te enfríes —dijo, y me extendió un vaso con chocolate.

Le agradecí y tomé la bebida. Fue agradable volver a calentar mi cuerpo.

Noté que mi mejor amiga se había arreglado aquel día, como hace mucho no lo hacía. Su ropa había vuelto a ser de colores vivos, su cabello brillaba y en el rostro llevaba un estilo de maquillaje natural.

—Luces bien —comenté—. Has vuelto a ser tú.

Valeria sonrió con timidez, algo poco común en ella. Le gustó que notara el cambio en su apariencia.

—Dejar atrás lo que pasó con Luca ha sido difícil, pero creo que lo estoy logrando. Comencé a ir a terapia y eso me está ayudando.

Escucharla así de motivada me alegró tanto que no pude evitar envolverla en un abrazo.

—Estoy orgullosa de ti —le susurré al oído. Cuando nos separamos, quise que me contara más—. ¿Cómo fue que te decidiste a pedir ayuda?

—Estaba indecisa al principio, pero Andrea me convenció. Incluso me ayudó a encontrar un terapeuta que pudiera esconder de mamá. Ella jamás aceptaría que fuera con un médico, piensa que la única solución es asistir más seguido a la iglesia.

—Andrea parece quererte mucho —dije con una irritante melodía traviesa.

—Sí, eso creo.

—Y tú a ella.

Valeria se cruzó de brazos y sonrió divertida.

—¿Qué insinúas? ¿Que somos como tú y Gia?

—¿Qué hay con Gia? —fingí demencia.

—Es obvio que se gustan. Y no te atrevas a negarlo, Abril Vélez. Casi babeas por ella hace un rato.

—¡No es verdad! No fue para tanto.

Mis reclamos sonaron más desesperados de lo que hubiese querido. Creo que incluso hice un puchero inconsciente pues Valeria rompió en carcajadas. Le costó contenerse, hasta terminó con dolor en el estómago.

—Que hermosa eres cuando te enamoras —dijo mientras se limpiaba las lágrimas de risa.

—¿No se supone que deberías estar decepcionada de mí? —pregunté desanimada.

—¿Por qué lo estaría?

—Porque vas a la iglesia.

Valeria arqueó los hombros para restarle importancia.

—Eso no significa que esté de acuerdo con todo lo que escucho.

Don Miguel hizo sobresalir su voz para llamarnos a todos. Nos pidió que nos acercáramos a la bodega que ya estaba cerrada pues el resto de alumnos había terminado. Valeria y yo nos unimos al grupo junto a Gia, a quien ignoré tan solo por un instante, pero cuando ella se giró hacia mí no pude evitar sonreírle. Nuestras manos se rozaron sin moverse demasiado y comencé a sentir mariposas en el estómago.

Entre HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora