Capítulo 16

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Si Gia soltaba una sola carcajada más mi cabeza iba a explotar. Se había pasado toda la tarde conversando con Diego, quien aparentemente era la criatura más divertida del planeta pues la hacía reír cada dos minutos.

El equipo de las flores se reunió en mi habitación. Teníamos que completar trescientas piezas con papel de seda para el altar de muertos pero muchas de las que yo hice estaban desalineadas porque tenía los ojos puestos en otro lado.

Gia y Diego la estaban pasando tan bien que apenas llevaban siete flores. Mientras que Eric y yo sumábamos cuarenta y tres, de las cuales solo cinco eran mías y se veían horribles.

—¡¿Cómo pudiste hacer eso?! —preguntó Gia colorada de la risa.

—¡No tuve opción! —se excusó Diego igual de rojo—. Nadie se mete con David Bowie en mi presencia.

Quise escuchar más para entender qué le parecía tan divertido a la pelinegra, pero entonces me pinché el dedo con la aguja y solté un quejido de dolor.

Eric tomó mi mano con delicadeza para revisarme. No había más que una pequeña gota de sangre que limpió con facilidad.

—No deberías estar tan distraída —. Me dio la impresión que aquella sugerencia llevaba un poco de enojo implícito.

—Lo siento.

El chico mostró una sonrisa ladina que por un instante pareció falsa.

—¿No vas a ponerlas en agua? —cambió de tema y señaló las flores que me trajo.

Eran tres Gerberas rosas y una nota donde deseaba mi pronta recuperación. Apenas llegó me las entregó y yo no supe como reaccionar. Fue él quien tuvo que tomar la iniciativa para acercarse y besarme. Me sentí culpable, creo que estuve demasiado quieta y el beso se volvió incómodo.

No volvió a hablarme hasta que me lastimé con la aguja. Quizá lo hice sentir mal y eso comenzó a hacerme ruido.

En un intento por arreglar las cosas le di la razón y fui hasta la cocina para buscar un lindo jarrón con agua. Regresé y coloqué las flores en la mesita de noche junto a mi cama. Intenté concentrarme en ello pero las risas de Gia y Diego volvieron a interrumpir. Por alguna razón, verlos tan cerca me enojaba y no quería seguir presenciando cómo la pasaban de maravilla.

Fui a donde Valeria y Andrea preparaban sus disfraces para un concurso. Val obligó a la pobre chica de pantalones anchos y camisetas a ponerse un vestido entallado y con un escote pronunciado.

Andrea pasó ambos brazos sobre su pecho para esconder la piel que no estaba acostumbrada a mostrar.

—Esto no es lo mío —se lamentó. —¿Puedo usar otra cosa?

—Se supone que serás una catrina, debes llevar un vestido elegante —respondió Val.

—¿Y si mejor soy un catrín? Así puedo usar un traje y estar más a gusto.

La castaña se llevó dos dedos al entrecejo suplicando paciencia mientras que Andrea parecía disfrutar de la forma en que esta se estresaba.

—Eres adorable cuando te enojas —confesó la pelinegra. Me pregunté si de verdad quiso decirlo o solo pensó en voz alta.

—Ve a cambiarte —sentenció Val.

Accidente o no, Andrea tenía razón. La baja estatura de Valeria y el tono rojo en su frente la hacía lucir realmente tierna cuando algo no salía perfecto.

—¿De qué te vas a disfrazar? —le pregunté cuando estuvimos solas.

—De catrina también. Es un concurso de parejas.

Entre HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora