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"Me gusta porque lleva un ángel en su sonrisa

y mil demonios en su cabeza"

Estoy nerviosa. Mis uñas están todas irregulares porque las he estado mordiendo. Mis pulmones se traban de vez en cuando; parecen olvidar seguir funcionando. Mis ojos no se despegan de la puerta, esperando a Axen.

¡Ya cálmate, maldita sea!, me reprendo a mí misma. Sin embargo, parece que mi cuerpo no responde a eso. Y se preguntarán, ¿por qué estás nerviosa, Ann? Vamos, es solo Axen, tu némesis de la infancia. No es para tanto.

Pues sí que lo es.

Axen me ha demostrado que no es lo que aparenta. A pesar de que lo conozco desde niña, hay un dicho muy cierto: Si me conociste hace un año, un mes, una semana... soy un completo desconocido para ti ahora. Todos cambiamos con el tiempo; se acumulan experiencias que modifican nuestro comportamiento. Es como un río que, con cada lluvia, renueva el agua; la corriente arrastra el agua vieja y trae nueva. Es por eso que conocer a alguien es un constante aprendizaje.

Dos golpes en la puerta me sacan de mi remolino mental. Me acerco tan rápido que tengo que estabilizarme para no caer. Acomodo mi harapienta remera, sacudo un polvo imaginario y abro la puerta.

Axen lleva un jersey café y debajo una polera negra con pantalones del mismo color. Su cabello está levemente despeinado, y sus cejas parecen resignadas a mostrar expresión, oscuras como el portador de ellas, ocultas bajo un mechón de fino cabello negro. Lleva las manos en los bolsillos y mira el mundo con cierto aburrimiento. Altivo, elegante, indiferente. Escruto su rostro para no perderme ni un detalle. Siempre me pregunté cómo es que Axen hacía para verse tan bien desarreglado, y si este es un intento de verse como los chicos de nuestra edad, déjenme decirles que aun así parece una escultura griega. Como una pintura de Miguel Ángel, sus detalles son tan minuciosos que no los notas hasta que los tienes frente a ti. Como yo ahora, que lo tengo justo en mis narices.

—¿Me vas a dejar pasar o debo decir algún código del que no me he enterado, D'arcy? —abro los ojos, avergonzada, y me hago a un lado.

—Claro, sí. Perdón —cierro la puerta y me dirijo hacia la cocina para preparar café, deseando desaparecer.

Escucho cómo se acomoda en algún lugar del departamento.

—Así que me llamas, dos días antes del evento, para que te ayude con el discurso —dictamina mi situación actual.

Odio que tenga razón, que no dude y solo confirme mi falta de responsabilidad. Pero me abstengo de quejarme, debo tragar mi orgullo y seguir con las tazas de café.

—Sí —respondo a pesar de que no fue una pregunta.

Aparezco en la sala de estar, le extiendo una taza de café y la acepta sin reproche. Algo en mí se emociona. Me siento intranquila por ver cómo prueba mi café, ya que casi nadie acepta mi tan grato ofrecimiento. Me siento en un puff, frente a él.

Lo observo beber la exquisita sustancia negra. Su rostro se sorprende, y un segundo más tarde, con movimientos calmados, vuelve a beber.

—¿Te gustó? —me entrometo en su tranquilidad —¿Te gustó mi café?

Él no parece entender mi sorpresa y emoción, pero solo asiente con las cejas fruncidas.

—No está mal —confiesa —Me gusta que no le hayas puesto azúcar.

Una sonrisa se apodera de mi rostro, tomándolo desprevenido.

—Sí, amargo se aprecia el sabor del café —digo satisfecha y le doy un sorbo al mío.

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⏰ Última actualización: Oct 11, 2023 ⏰

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El diario de Axen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora