Prólogo

256 21 6
                                    


8 años atrás

La oscuridad de mi cuarto me rodeaba, quería la luz cerrada, era mejor no ver, no en estos momentos. La estaba esperando, sabía que vendría, era como su rutina.

Yo solo tenía 10 años, sin embargo, era totalmente consciente. ¿Sabéis?, sigo sin entenderlo, ¿porque me lo hacía? Se suponía que tenía que amarme, que tenía que ser mi guardiana, mi soporte, mi ayudante... Pero se convirtió en mi pesadilla, en mi monstruo.

Oí como se abría la puerta de la casa, había llegado de trabajar y mi pequeño cuerpo empezó a temblar. No quería, no otra vez. Había encontrado todos los sitios donde podía dañarme sin que se dieran cuenta. Era lista y precavida, siempre lo había sido, pero ahora lo detestaba.

Estaba dentro de mi pequeña cama, era preciosa y me encantaba, mi padre la había comprado para mí. Él si me amaba, pero por desgracia casi nunca estaba en casa, su trabajo era demasiado importante.

El cabecero azul estaba decorado con dibujos y fotografías que había hecho con mi padre.

Los pasos se acercaban, uniformes y rápidos, ya subía por las escaleras. Los tacones de mi madre resonaban por las paredes cada vez más fuerte, más cercanos.

Me cubrí con mis sábanas azules, hasta quedar toda yo debajo de ellas, prometían protegerme, su calor y tacto me hacían sentirme a salvo, pero no cuando ella venía.

Empecé a lloriquear, me portaba bien y sacaba buenas notas, ¿porque me hacía esto?

Me ignoraba, nunca me hablaba, solo cuando me pegaba, solo para insultarme y decirme lo inútil y desagradable que era.

Todo quedó en silencio y eso me dio más miedo, significaba que ya estaba aquí, conmigo. A los pocos segundos volví a oír sus pasos, esta vez más lentos.

-¿Dónde estás, niñita?- volvió el silencio- Sabes que no puedes esconderte, no por mucho tiempo.

Me arrebataron las mantas dejandome descubierta y directa al peligro, me habían vuelto a traicionar.

Nuestros ojos se encontraron, mis lágrimas corrían por mis mejillas rojas y mis manos temblorosas se apoyaron en la cama para arrastrarme hasta la cabecera, para alejarme lo más posible de ella.

-Ay, no llores querida, esto es solo lo que te mereces- me miraba, una mirada fría y cruel, sus ojos prometian dolor y sufrimiento y sus manos serían las causantes.

Cogió mi brazo llevándome de malas maneras hasta el suelo, dejándome caer.

-Por favor, mamá, me he portado bien- lloriqueé desde el suelo, abrazando mi cuerpo con fuerza.

-¿Que he dicho de llamarme así, mocosa?- el primer golpe llegó, directo a mi estómago- Yo no soy tu madre, nunca lo seré.

Empezó a golpearme con el látigo, hacía tiempo había conseguido uno peor, tenía pinchos y se clavaban en mi piel. Lloraba y gritaba, pero no paraba. Le gustaba verme sufrir, es lo único que quería.

-¡Paraaa, por favor, duele!- suplique lloriqueando.

Sus carcajadas me dolían igual o más que los golpes, lo disfrutaba. Los latigazos eran constantes, algunos más fuertes que otros. Mi cuerpo se acostumbró hace años a ellos, sentir como me rompía y desgarraba mi piel sin ninguna compasión o empatía, todo ello era lo normal.

Ya no intentaba escapar o irme, era inutil, me encontraria y sería peor. Mi cabeza daba vueltas, no veía ni oía nada, estaba a nada de quedarme inconsciente. Eso también me preocupaba, ella no lo quería, decía que tenía que sufrir todos y cada uno de los segundos.

Las Sombras [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora