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4 años antes...

El primer día de cualquier cosa nunca es fácil. Para mí, el primer día de instituto prometía ser una tortura. Sin Martín y Noelia, cada rincón del mundo parecía más oscuro, cada risa menos auténtica, cada paso más pesado. Recordé los días en que prometimos enfrentar cualquier desafío juntos, y sentí su ausencia como una punzada en el corazón.

Mis únicos amigos, que siempre me habían acompañado en la escuela primaria, no vendrían conmigo al instituto hasta el segundo trimestre, y eso significa que debería estar completamente sola durante tres meses. Y esa idea me aterraba, completamente.

El bus escolar se detuvo con un chirrido, y todos a mi alrededor comenzaron a moverse hacia la salida. Sentí cómo mi pulso se aceleraba y un nudo en la garganta amenazaba con ahogarme. Me quedé inmóvil, esperando que hubiera una cámara oculta y que apareciera Noelia y Martín de la nada, diciéndome que todo aquello era una broma pesada. En resumen: estaba esperando un milagro.

–¡Vamos, pequeña! ¡No puedes quedarte en el bus todo el día! –escuché decir al conductor. Su voz sonaba distante, como si viniera de otro mundo. Me forcé a ponerme de pie y a bajar del bus, pero, en lugar de seguir al resto, me encontré paralizada frente a las puertas del instituto.

Fue entonces cuando la lluvia comenzó a caer con fuerza. Sentí cada gota como una caricia fría en mi piel, y me abracé a mí misma intentando encontrar algún consuelo. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando las lágrimas se mezclaron con la lluvia, y ya no pude distinguir una de otra.

La perspectiva de adentrarme en ese edificio, con sus largos pasillos y voces desconocidas, me abrumaba. Aunque había pasado tiempo desde mi etapa en la escuela primaria, las burlas y los apodos todavía resonaban en mis oídos, punzantes y despiadados.

El recuerdo de mi imaginación desbordante, de las aventuras de dragones y princesas que creaba en mi mente, que contrastaba cruelmente con las risitas y comentarios malintencionados de mis compañeros. ¿Por qué ser diferente tenía que ser un problema? ¿Por qué mi creatividad se había convertido, en la escuela, en un blanco fácil para las burlas? El término "zanahoria" siempre había venido acompañado de risas burlonas, haciendo referencia a mi cabello pelirrojo, un tono que había heredado de mi madre y que había llegado a detestar por las constantes burlas.

Aunque Noelia y Martín habían sido mi refugio, mis pilares en los días oscuros, enfrentar la secundaria sin ellos parecía una montaña insuperable. Siempre habían sido mi barrera contra el mundo, defendiéndome de aquellos que me señalaban, pero ahora estaban lejos, en una ciudad diferente, y no podían protegerme. El pavor de no encajar, de volver a sentirme la "rara", me aterraba, y la idea de enfrentarme sola a esa jungla de hormigón y adolescentes desconocidos me sumía en una angustia insoportable.

No supe cuánto tiempo llevaba llorando. Las lágrimas se mezclaban con la lluvia, y mi ropa estaba empapada. Pero de repente, el frío y el agua que golpeaban mi rostro cesaron. Fruncí el ceño, confundida, y alzé la mirada. Un paraguas negro se interponía entre el cielo gris y yo.

Giré la cabeza, esperando encontrar a algún desconocido con una mirada de lástima. Pero en lugar de eso, me encontré con unos ojos verdes relucientes que me miraban con una mezcla de preocupación y reconocimiento. No podía ser.

—¿David? —susurré, casi sin aliento.

Él sonrió, mostrando una hilera de dientes blancos y perfectos.

—Hola, Beth. Ha pasado mucho tiempo.

No podía creerlo. David Hunter, el niño con el que solía jugar en el jardín de al lado, el mismo que me había roto el corazón cuando teníamos ocho años. El chico del que me había enamorado en secreto y que había desaparecido de mi vida un año después de decirme que me alejara de él, yéndose a vivir con sus tíos y dejando a su hermana con su padre en la casa del lado.

ENTRE LAS PÁGINAS DE LA NERD | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora