15

3K 154 21
                                    

El viento soplaba con fuerza mientras David aceleraba su moto, haciendo que mi cabello se agitara violentamente a su merced. Me aferré a él, rodeando su cintura con fuerza, intentando no pensar en lo que habíamos dejado atrás en la fábrica. Aún podía sentir la repulsiva sensación de las manos de Jacob en mi pelo y el rastro de su aliento fétido en mi mejilla.

Apreté aún más fuerte a David, como si de alguna forma pudiera encontrar en él un refugio frente al caos que nos rodeaba. Porque, aunque me hubiera convencido de que debía odiarlo durante muchos años de mi vida, en ese momento, David había sido mi salvador.

Al cabo de unos minutos, la moto se detuvo. David se quitó el casco y me hizo una señal con la cabeza para que hiciera lo mismo. Con manos temblorosas, me lo quité y se lo entregué.

Nuestros ojos se cruzaron, y en los suyos vi un remolino de sentimientos: ira, inquietud, remordimiento y, de manera más predominante, un miedo palpable. Esa mirada verde, que parecía escudriñar cada rincón de mi rostro, me hizo sentir un sutil rubor de timidez.

—¿A qué esperas? –gruñó él–. Ahí está tu casa.

—¿Nada de comentarios sarcásticos esta vez?

David hizo un mohín con los labios y apartó la mirada.

—No estoy de humor, Elizabeth.

Vaya, ¿ahora volvía a ser Elisabet y no Beth? Genial.

David intentó disimular, pero una breve expresión de dolor cruzó su rostro mientras se sujetaba sutilmente el abdomen. Aunque trató de hacerlo de forma discreta, mis ojos lo captaron. Después de presenciar el enfrentamiento, era evidente que, a pesar de la destreza de David para esquivar los embates del montañés, no había salido ileso. Y por mucho que deseara mantener las distancias con él, me sorprendí a mi misma sabiendo que mi preocupación era mayor al odio que sentía por mi vecino.

—Estás herido, David —murmuré, aproximándome con cautela.

Él dio un par de pasos hacia atrás, separándose de mi.

—No es nada. No tienes que preocuparte.

Me crucé de brazos y avancé hacia él otra vez.

—No pienso dejarte solo hasta que esas heridas estén tratadas. No me perderás de vista tan fácilmente.

Él alzó una ceja.

—¿Es una excusa para verme desnudo?

Sentí cómo mis mejillas se teñían de rojo puro.

—Claro que no. No tienes nada que no haya visto antes.

Aquello hizo que frunciera el ceño, pero no dijo nada más. Empezó a caminar hacia su casa, y yo lo seguí, con paso seguro. Una cosa estaba clara: David se había peleado por mi, y yo no iba a dejarlo que se curara aquellas heridas solo. Porque no me parecía justo... y porque estaba segura de que, conociéndolo, su actitud despreocupada lo llevaría a ignorarlas, y posteriormente se infectarían. Odiaba a mi vecino, pero aquello no significaba que quisiera verlo sufrir.

Por algo había hecho yo un cursillo de primeros auxilios el verano de los quince. De algo me acordaba.

David se dió la vuelta, suspiró sonoramente y empezó a caminar hacia su casa, cojeando parcialmente. Yo lo seguí desde lejos, y avanzamos bajo la tenue luz de las farolas que iluminaban la calle que compartían nuestras casas. A pesar de que era un barrio con casas elegantes, la de David resaltaba más que las otras. Era una majestuosa construcción blanca con una fachada tallada, un jardín meticulosamente cuidado y unas ventanas grandes que destilaban un lujo discreto.

ENTRE LAS PÁGINAS DE LA NERD | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora