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Hace tres años...

El sol se despedía con un resplandor dorado, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Yo, después de un día agotador, finalmente había llegado al apartamento del hotel. La habitación estaba bañada en una luz suave, y la cama grande y mullida me llamaba. Me dejó caer sobre ella, sintiendo la frescura de las sábanas nuevas contra mi piel.

Suspiré: había sido un día lleno de emociones. La playa, el sol, la brisa... todo había sido perfecto, excepto por David. Sus comentarios sarcásticos y burlones aún resonaban en mi cabeza. Cada vez que cerraba los ojos, veía su sonrisa arrogante y escuchaba su risa burlona. Apreté las manos en puños, intentando alejar esos pensamientos.

—Maldito David —murmuré para mi misma.

Decidiendo que era hora de relajarme y de quitarme a ese maldito chico arrogante de mis pensamientos , me levanté y empecé a desvestirme. Me quité los pantalones y busqué en mi maleta el pijama que había empacado antes de ir de viaje. Encontré la camiseta de fresas que tanto me gustaba y me la puse. Pero, al buscar la parte inferior, me di cuenta de que no estaba. Revolví la maleta, buscando frenéticamente los pantalones del pijama, pero no había rastro de ellos.

Estaba a punto de rendirme cuando escuché el sonido de la puerta abriéndose. Giré bruscamente, con el corazón latiendo a mil por hora. Y como no, allí estaba él, el protagonista de todas mis pesadillas: David Hunter. Y estaba parado en el umbral con una expresión de sorpresa en su rostro. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo, y luego alzó una ceja con diversión.

Sintiéndome completamente expuesta en mi camiseta de fresas y solo unas braguitas, me cubrí rápidamente con una almohada.

—¡¿Qué diablos haces aquí?! —exclamé, con la voz casi rota por el susto.

David sonrió con suficiencia.

—Oh, vaya, parece que alguien olvidó cerrar con llave.

Lo fulminé con la mirada.

—No se me ha olvidado, Hunter, es que pensaba que entre nosotros no había ningún maldito depravado esperando a acechar a chicas jóvenes a la hora de ir a dormir.

David chasqueó la lengua y se colocó una mano en la barbilla.

—Sí, es una buena definición para describirme.

Fruncí el ceño.

—¡Sal de aquí!

David se encogió de hombros, todavía con esa sonrisa burlona en su rostro.

—-Solo he venido a devolver esto —-dijo, sosteniendo en su mano los pantalones de mi pijama.

Lo miré, atónita.

—¿Cómo...?

—Los encontré en la playa después de que te marcharas —explicó David—. Pensé que podrías necesitarlos.

Me acerqué a trompicones y muy despacio hacia David, aún tapándome con la almohada. Supongo que era una escena graciosa de ver, porque a David se le inflaron las mejillas, intentando no reírse. Tomé los pantalones de su mano, todavía en shock.

—¿Y cómo sabías que eran míos? —pregunté, desconfiada.

—Elizabeth, solo hay una persona que utilizaría pantalones con estampado de fresitas en este instituto. Y esa eres tú.

Entrecerré los ojos, y con un movimiento ágil, me puse los pantalones a toda pastilla.

—Gracias —murmuré, aunque no estaba segura de si realmente estaba agradecida.

ENTRE LAS PÁGINAS DE LA NERD | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora