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Me desperté con el molesto sonido del timbre de la puerta. ¿Quién en su sano juicio llama a alguien a estas horas de la mañana? Bueno, para ser justa, no tenía idea de qué hora era exactamente, pero para mí, cualquier momento antes del mediodía era "temprano". Y más si la noche anterior había salido de fiesta, algo que, sinceramente, no acostumbraba a hacer. De hecho, intenté recordar cuál fue la última vez que hice una fiesta o asistí a una, pero mi cerebro, aún en modo de hibernación, no me ofrecía ninguna respuesta. Tal vez porque nunca había pasado.

¿Ir a comer palomitas y a ver películas antiguas todos los miércoles con Noelia y Martín contaba como fiesta? En mi mundo, sí. Pero en el mundo real, seguramente, no.

El timbre sonó de nuevo, cada vez más insistente. Rodé los ojos, aunque nadie podía verme, y coloqué la almohada sobre mi cabeza, intentando ahogar el sonido. Pero, por supuesto, el universo tenía otros planes para mí. Escuché a mi madre gritar desde abajo.

–¡Beth! ¡Baja! ¡Hay alguien que pregunta por ti!

Bufé. ¿Por qué no podía simplemente decir que no estaba en casa? O mejor aún, ¿por qué no podía encargarse ella de quienquiera que fuese? Probablemente sería el cartero con algún paquete que no quería dejar en el buzón.

Pero el timbre sonó de nuevo, y esta vez, acompañado de golpes en la puerta.

–¡Beth! ¡Te digo que bajes ahora mismo!

Con un gruñido, me arrastré fuera de la cama, sintiendo cada músculo de mi cuerpo quejarse. Me puse una bata sobre mi pijama y bajé las escaleras a regañadientes, preparándome mentalmente para enfrentar a quienquiera que estuviera interrumpiendo mi precioso sueño.

Al abrir la puerta y bajar las escaleras hacia el recibidor de la casa, esperaba encontrarme con el cartero o algún vendedor ambulante. Pero en su lugar, me encontré con una cara familiar, y definitivamente no era la del cartero.

Al ver a David Hunter, mi vecino arrogante, en la puerta de mi casa, sentí que el mundo se burlaba de mí. De todas las personas en el universo, ¿tenía que ser él? Genial. No había nada que me apeteciera más que despertarme y ver la cara de mi enemigo mortal. Nótese la ironía.

–¿Qué haces aquí? –le espeté, sin molestarme en ocultar mi irritación.

Mi madre, que estaba al lado de David, me lanzó una mirada de reproche.

–¡Beth! ¡Eso no es forma de hablar! ¡Pide disculpas ahora mismo!

David, con esa sonrisa perfecta de buen niño que siempre le sacaba de problemas, intervino antes de que pudiera responder.

–No se preocupe, señora Brown. Estoy acostumbrado a lidiar con el mal carácter de Beth.

Rodé los ojos, intentando contenerme para no soltar un comentario sarcástico. Mi madre, por su parte, parecía encantada con la presencia de David, cosa que no me sorprendió en absoluto, porque ése maldito demonio en piel de humano tenía a todo el pueblo engañado bajo su fachada de niño bueno.

–Oh, querido, no hace falta que me llames señora Brown. Puedes llamarme Charlotte.

David asintió, su sonrisa aún en su lugar.

–Gracias, Charlotte.

Me crucé de brazos, sintiéndome como una extraña en mi propia casa. No sabía qué me molestaba más: que David estubiera en mi casa, que me hubiera despertado de mi sueño reparador o que estubiera tan malditamente guapo después de una noche de alcohol y fiesta. Parecía tener el elixir de la belleza, mientras que yo estaba segura de que, con un moño mal hecho, el cabello pelirrojo despeinado y con una bata rosa que me iba tres tallas grande, parecía una vagabunda.

ENTRE LAS PÁGINAS DE LA NERD | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora