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Hace mucho tiempo, entre las paredes del palacio del Sultán Suleyman, El Magnífico

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Hace mucho tiempo, entre las paredes del palacio del Sultán Suleyman, El Magnífico . . .

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Corría de un lado a otro un pequeño y revoltoso Shezade de piel blanca como el mármol del palacio de Topaki.

  Izrail no era un niño que pudiera pasar desapercibido. Su cabello rojo como el de la sultana Hurrem iluminaban el lugar dónde estuviese cómo si fueran antorchas.

  Tenía la mirada de su padre, solo que Izrail por alguna extraña condición tenía los ojos de color morado. Tan particular era su apariencia que decían que la bruja rusa había parido a un Djinn.

  A Suleyman y a la sultana madre le había causado gracia cómo llamaban al pequeño Shezade de 8 años, por lo que así lo apodaban de cariño, pequeño Djinn. Su hermanos mayores, Mustafa y Mehmet eran sus Leones, e Izrail era su Djinn de la lámpara, pues ciertamente había algo mágico en el Shezade.

— ¡ Atrápame su puedes Sumbul ! — Exclamó el pequeño Izrail mientras corría de las garras de Sumbul y Sheker Aga.

— ¡Príncipe Izrail devuelva esas delicias, son para la Sultana Hurrem! — dijo Sumbul corriendo detrás del príncipe.

  Al final del pasillo se encontraba el Sultán Suleyman presenciando la curiosa persecución de los Agas con su hijo.

  Todos pararon de repente al ver al Sultán para reverenciarse.

— ¡ Papá sálvame ! — Rogó el príncipe escondiéndose detrás de las faldas del sultán.

— Mi sultán, el Shezade se infiltró en la cocina como siempre y tomó las delicias turcas que eran para la Sultana Hurrem, solo lo perseguimos para que nos las devuelva.

— ¿Dicen que mi pequeño Djinn, el príncipe Izrail es un ladrón de comida?— Preguntó el sultán levantando una ceja poniendo pálidos a los Agas.

— Eso no es cierto papá.— se defendió el pelirrojo —Yo no robé nada, yo les pagué por las delicias pero luego no me las quisieron dar y dijeron que eran las de mamá. Puedes revisar en sus bolsillos izquierdos y verás que tienen una bola de mondas, compruébelo y verás que digo la verdad.

  Era mentira

  Al menos que el príncipe les hubiera pagado, pero el Shezade sabía que siempre que los Agas hacían favores las Sultanas y a las mujeres del Harem, solían pagarles sin que el Sultan lo supiera.

  Tenía la coartada perfecta para salirse con la suya. El príncipe Izrail era tan observador y astuto como su madre.

  Mientras el príncipe se regodeaba en su victoria, Sumbul y Sheker estaban pálidos del miedo, rezándole a Ala por no perder la cabeza.

•IZRAIL• || El Sultan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora