Se dice que en el imperio Otomano, durante el reinado del sultán Suleyman, solo habían dos personas capaces de enfrentarse al sultán cara a cara sin temor a las consecuencias.
Una de esas, la Haseki Hürrem Sultan
Y el otro, su hijo, el Shezade I Z R...
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Ese mismo día, Izrail comprendió que el amor de Dios, al igual que el de un padre, no es incondicional.
Y como todo padre, Dios tiene a sus hijos favoritos. Supo entonces que había que saber aceptar cuando uno no estaba entre esos.
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Izrail había sido llamado a los aposentos del Sultán Suleyman.
Obviamente Mustafa se fue a quejar con el Sultán, tanto de su madre como de él. En ese condenado palacio siempre que ocurrían tragedias los culpaban a ellos aunque fueran las víctimas.
Y sin saberlo, cada vez que sus enemigos creían que los habían humillado, cuando más daño creían que les hacían, solo los estaban haciendo más fuertes.
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Luego de la confrontación con Mustafa, este último fue llamado a los aposentos del sultán junto a la sultana Hürrem.
Izrail estaba esperando a ser llamado; claramente él es el siguiente en recibir un sermón del sultán.
Mustafa salió disparado dándole una mirada desafiante a Izrail.
Luego salió su madre, Hurrem estaba algo alterada luego de discutir con el sultán y Mustafa, pero tenía que darle un consejo a su hijo antes de entrar.
— Izrail, te quiero en mis aposentos luego de que hables con él sultan, ve allá en el mismo instante en que terminen.
— Madre, yo . . .
— Pero nada Izrail — lo interrumpió Hürrem — Agradezco que me hayas defendido, de todos eres el más osado, y el más parecido a mi. Es por eso que no quiero que cometas mis mismos errores, no pelees con tus tías, no interfieras, no quiero que te involucres en algo que luego pueda afectarte.
— Madre, el día en que no te defienda Allah mandará a Azrael por mi alma, no me puedes pedir que me quede callado cuando mi hermano te falta el respeto mientras las demás callan, incluso la abuela. No me pidas que sea como Mehmet, yo no tengo su inocencia.
Como podría Hurrem regañarlo, si ella era igual. De cierta forma se veía a sí misma en Izrail, más que en cualquiera de sus otros hijos.
— Hablaremos de esto luego, hijo. — le dijo Hürrem con voz cálida y poniendo su mano en su hombro. — Tú padre te espera, no lo hagas enfadar. Tiene algo preparado para ti, no sé si es bueno o malo pero quiero me informes antes que a nadie, incluso antes que a Halime.
