"¿Lista?" #8

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Eran las seis de la tarde, aún no oscurecía y tenía los pies adoloridos de tanto caminar.

Y todo por la bendita medicina de Michi.

Solo a mí se me podía ocurrir contarle a la madre más sobreprotectora del mundo (la mía) el "gran diagnostico" de mi loca amiga. Sin embargo, debía admitir que todo encajaba a la perfección, ya que tenía todos los síntomas y a juzgar por mi aspecto enfermizo hasta yo me encontraba algo asustada. Por eso, tan pronto terminé con las lecturas de la universidad, decidí ir a la farmacia del centro y seguir las recomendaciones de Michi, la doctora frustrada. Definitivamente ella tenía un buen ojo clínico, es decir, a mí nunca se me pudo ocurrir que tenía anemia.

Sí, anemia.

Yo creí que estaba indigestada.

Mi teoría era la mejor.

Agradecí a Dios por haber tenido la grandiosa idea de ponerme unos converse y ropa cómoda. Definitivamente, mi físico no estaba aclimatado al ejercicio. Cuando iba a la escuela, era un cero a la izquierda en deporte y ahora mis largas horas como un oso invernando me estaban cobrando factura.

Llevaba media hora caminando por toda la ciudad buscando una farmacia que tenga los dichosos caramelos rojos que Michi me había descrito. Aún recordaba su pequeño rostro pecoso repitiendo "Rojas, Annie. No lo olvides. Si te confundes, puede que te droguen y no quiero eso".

Loca maniática, lee demasiado.

Luego de otra media hora torturando mis adoloridos pies, encontré la medicina. Afortunadamente la muchacha del mostrador era muy amable. Incluso preguntó los síntomas que tenía antes de recetarme. Lo extraño de todo, es que cuando le dije que se tranquilice y que solo era una simple anemia, me dio una sonrisa nostálgica. Tal vez era mi imaginación pero yo noté cierta inquietud en ella. No sabía cómo describirlo, solo fue raro.

La medicina consistía en una gran caja de tabletas rojas, las cuales tenía que tomar después del almuerzo. Saqué el móvil de mi bolso y programé una alarma para así poder recordar las horas en que debía consumirlas. Lamentablemente, el enorme paquete no cabía en mi pequeño bolso, por lo cual, tuve que llevarlo en mano por todo el camino. Noté que ya estaba oscureciendo, así que caminé apresuradamente hacia el paradero y...

¡Por todos los cielos! ¿Por qué estaba tan desolado?

Observé hacia la calle contigua y había solo una viejecilla charlando con un hombre. Miré a mí alrededor y choqué con la mirada de un tipo de dudosa reputación que se encontraba a mis espaldas. Tragué saliva sintiendo que mi cuerpo se escarapelaba. Tuve recuerdos de Heitor, el grandulón que golpeó a Landon.

¡Esfúmate, Landon! Sal de mi mente.

Los autobuses pasaban uno tras otro y ninguno coincidía con mi destino. Empecé a sentirme ligeramente nerviosa, ya que mi acompañante estaba en la misma situación y no dejaba de mirarme de manera acosadora. Tuve la tentación de preguntarle si me conocía de algún lugar o algo, pero mantuve la boca cerrada cuando vi su rostro.

Cicatrices en el lado izquierdo de la cara y un tatuaje en la sien. Daba miedo.

De repente un jeep negro se estacionó cerca del paradero. Estuvo ahí por largos minutos y en todo ese lapso el conductor no se molestó en salir. Solo pude notar que llevaba una capucha negra, la cual impedía que vea su rostro. Cabe resaltar que tenía los nervios de punta, puesto que si estaba asustada por "Jack el destripador" ahora el tipo del jeep negro estaba haciendo que me orine en mis pantalones.

A menos que sea Patch.

No seas tonta, Annie. Tú no eres Nora.

Realmente la situación era insoportable, por un momento tuve la tentación de llamar a mi madre para que viniera por mí, pero no lo hice. Tenía 20 años y debía actuar como tal. Me puse en la posición más ruda que haya existido: Brazos cruzados, piernas abiertas y cejas fruncidas; luego, miré hacia el cielo tratando desesperadamente de verme lo más ruda posible.

WHEN SHE WAS A VIRGINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora