27: Carismático, elocuente, hilarante y fatalmente atractivo.

70 10 3
                                    

Caminar a un lado de Jack era una experiencia extraña. Era prácticamente igual de alto que Luke, pero había algo que le hacía parecer más alto; Abella no estaba segura si se trataba de su postura, la manera en que caminaba en pantalones de playa y camisa desabotonada en medio de un Palacio ―su Palacio―, con las manos en los bolsillos y a un paso que denotaba lo cómodo que se sentía con el lugar que le rodeaba.

O quizá se trataba meramente de su actitud: saludaba por su nombre de pila a cada uno de los trabajadores del Palacio, sacándoles sonrisas y haciéndoles un poco complicado mantener el protocolo. A algunos de ellos incluso les abrazó sin pensarlo dos veces, anunciando su regreso. Si bien para ese momento ya todos estaban al tanto de que Jack había vuelto entre los muertos, muchos de ellos seguían palideciendo al verlo. Jack quería asegurarse de que no solo supieran que su príncipe estaba ahí, sino que no se iría a ningún lado en un futuro cercano. Aquel hombre era precisamente lo que esperarías de un heredero al trono. Abella se atrevería a decir, incluso, que excedía por mucho los requisitos.

La pregunta se hacía inevitable, entonces.

―¿Por qué alguien intentaría hacerte daño? ―dijo Abella, mirándole con curiosidad mientras pasaban por lo que parecía ser el centro del palacio. En aquel lugar no había trabajadores a la vista, y era el primer momento de silencio luego de un buen rato.

El techo se erguía en una enorme cúpula que le recordaba a Abella a la capilla de San Isidro, plagado del firme legado de la arquitectura barroca. Abella adoraba aquel enfoque artístico, incluso cuando le recordaba a momentos profundamente oscuros de su vida en España.

Jack le miró con el ceño fruncido y una sonrisa juguetona. Vaya preguntas se gastaba aquel ser humano tan pequeño.

―¿Qué te hace pensar que alguien pudiera ser incapaz de encontrar una razón?

Lógicamente, Jack quería ser halagado. Abella no tenía ningún problema en hacerlo ―al final, complacer a la gente era algo a lo que estaba acostumbrada―, pero tampoco iba a pasar desapercibida aquella muestra sutil de narcisismo que camuflaba perfectamente su maestra jugada para evadir su pregunta. No le culpaba: había sido criado bajo la creencia absoluta de que era magnífico, y en eso se había convertido. O quizá siempre lo había sido.

―Pues porque eres literalmente perfecto.

Él sonrió y le apuntó con su dedo índice, dándole a entender a Abella que había dado en el clavo.

―Gracias, lo sé. ―Abella soltó una carcajada, indignada por aquella petulancia pero sin dejar de sentir que su egocentrismo formaba parte de su encanto de alguna manera―. No solo eso, sino que estoy lleno de talentos. ¿Quieres saber de uno de ellos?

―¿Beber diez tragos seguidos sin marearte?

Él se echó a reír.

―Estás en lo correcto, pero más bien hablo de otro talento. ―hizo una pequeña pausa, y miró a Abella directamente a los ojos con una ceja en alto―. Sé leer muy bien a cualquier persona con la que me topo. Cosas de virgos, tú sabes.

―¿Ah, sí?

―Así es. De hecho, con solo echarte un vistazo puedo saber la mayoría de las cosas que necesito saber sobre ti.

Abella levantó las cejas, impresionada.

―¿Como qué?

―Como que somos tremendamente similares. ―Comenzó a caminar de un lado al otro, con un tono de voz analítico, digno de un psiquiatra―. Ambos criados como robots que debían cumplir reglas estrictas para lograr objetivos impuestos desde incluso antes de nacer. ―Abella ladeó la cabeza, curiosa―. Ambos cumplimos al pie de la letra cada una de esas reglas hasta que el libreto finalmente nos hizo romper con el personaje. Puede que hayamos vivido en busca de aprobación por tanto tiempo que ahora queremos pelear con todo el que se nos acerque, pero seguimos teniendo miedo. Huimos, evadimos, ignoramos... hasta que amenazan a alguien que queremos. Ahí somos capaces...

the heir | hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora