1: El tren.

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Abella estaba en Bilbao por primera vez en años, y resultaba sorprendente que no fuera para ir a las playas de la costa norte de España.

Se encontraba en una estación de tren, sentada en el primer vagón que encontró solo, leyendo un libro acerca de la historia del área. El tren debía arrancar en menos de veinte minutos, y comenzaba a llenarse. El destino de su viaje era la frontera franco-española, para luego cruzarla y salir por primera vez de España, objetivo que deseaba cumplir con creces desde que tenía memoria y para el cual había ahorrado toda su vida.

La historia de Abella era muy sencilla. No venía de un hogar roto, pero sí muy estricto. Sus padres habían logrado concebir luego de muchos problemas de fertilidad, y después de Abella las posibilidades de otro hijo se esfumaron. Abella era hija única, y había nacido a solo siete meses de su gestación. A pesar de ser prematura, Abella era una mujer sana de veinte años, sin complicaciones de salud ningún tipo.

Sin embargo, la complicación sí que existía. Abella había sido criada en una burbuja protectora que le impidió desarrollar relaciones sociales normales y saludables hasta que entró en su adolescencia. Para ella era imposible conectar con alguien que no fuera papá o mamá, hasta que, por voluntad propia, decidió abrirse al mundo y hacer amistades en el instituto.

Sus padres, católicos fanáticos, nunca le permitieron tener un novio, o algún amigo varón. Asustados porque Abella perdiera la virginidad antes del matrimonio, su contacto con hombres había sido limitado durante toda su vida. Solo podía haber muestras moderadas de afecto con ciertos hombres de la familia, y eso, por supuesto, afectó de gran manera su vida. Para Abella los hombres no solo eran malos, sino que tenían una sola meta en la vida y era hacerte pecar para que fueras al infierno.

Por años, Abella pensó que los hombres eran monstruos, pero jamás supuso que pronto vendría uno de ellos a demostrarlo. Uno con quien se encontraría por causalidad, y con quien solo tenía una cosa en común: ambos huían, y no iban a volver.

Pero en ese momento, Abella no lo sabía. Tan solo estaba sentada, inconscientemente esperando, pacientemente aguardando por algo que no sabía que necesitaba, o de lo que algún día se arrepentiría.

Así que continuó leyendo sin prestar atención realmente, con su mente divagando hasta Madrid, específicamente en el sector de Manzanares, donde la familia Montenegro pensaba que ella había ido a la Universidad en la que había sido aceptada por sus excelentes calificaciones con una conveniente beca para cinco años de Estudios Biológicos, carrera de la cual se había retirado silenciosamente una semana antes.

Verán, Abella siempre supo que en su crianza había algo no solo mal, sino enfermizo. Lo sabía desde pequeña, muy en el fondo y, tal y como un prisionero, había tomado la decisión de irse sin avisar, mientras nadie estuviera viendo, escabulléndose en frente de todo el mundo pero logrando pasar desapercibido, hasta llegar suficientemente lejos para no poder ser encontrado.

Había firmado un pacto consigo misma de jamás volver a Madrid: un contrato de cierre de relaciones permanentes con su familia. Había traído suficiente ropa, los ahorros de su vida en efectivo, un par de libros y cualquier cantidad de sueños.

Pero no podía dejar de pensar en que faltaba poco para que sus padres comenzaran a preguntarse dónde había ido, y que el caos se desatara. A penas pudieran, intentarían llenar un archivo de persona desaparecida, pero cuando las autoridades se acercaran a la universidad, ellos dirían la razón de su deserción, acabando con la búsqueda. Luego, en su antigua habitación, encontrarían su diario: prueba irrefutable de la razón de su huída, y más razón aún para dar como concluida la investigación.

the heir | hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora