2: Luke.

639 84 36
                                    

La primera llamada la había recibido a los pocos minutos de haber emprendido su viaje a Behobia. Era alrededor de la hora en que siempre llegaba a casa, y su madre ya estaba llamando. Como respuesta, Abella simplemente silenció la llamada, y suspiró.

—Regla número uno: deshazte de tu chip, o así será todo el día y los que vienen —bromeó él—. Anda, que en la siguiente estación te acompaño a que te compres otro.

Ella le sonrió, y apagó su móvil porque sabía que al no contestar una llamada, una ola de mil más venía en camino.

—¿Te llama un novio? —preguntó él. Lejos de sonar juguetón, Luke preguntaba con mucha seriedad. Abella notó que su duda real era si huía de un novio, así que se apresuró a aclarar:

—Mi madre.

Luke subió las cejas, comprendiendo de inmediato.

—Madres, siempre buscando la manera de volvernos locos.

Abella dejó salir una carcajada.

—No sabes cuánto. Es más, dudo y espero que nunca hayas tenido que lidiar con alguien como mi madre.

Él subió las cejas, desafiándole. Había algo en ese gesto que hizo que el corazón de Abella se acelerara y una sensación de calidez le invadiera. Rápidamente, la naturaleza competitiva de Abella salió a flote.

—Mi madre casi rompe la puerta de la casa de mi mejor amiga, solo para comprobar que yo estaba ahí. Los padres de mi mejor amiga llamaron a la policía y todo.

Luke sonrió.

—Mi madre tomó un avión desde Francia solo para sacarme a cuestas de una fiesta en Sídney. —Abella lo miró sorprendida, y él soltó una carcajada—. Lo sé, lo sé. Es un cuento largo. Y mi español no es tan bueno.

Antes de que pudiera procesarlo, Abella ya estaba diciendo:

—Tenemos tres horas de viaje por delante. —Luke se volvió a mirarla, evaluándola—. Y sé hablar inglés.

Luke se acomodó en su asiento. Su barra de granola se había acabado tiempo atrás, así que solo la tiró dentro de su bolso. Se reclinó sobre su asiento, entrelazó los dedos sobre su abdomen, y comenzó a hablar en su perfecto inglés:

—Yo nací en Alemania. Los Hemmings son una familia muy rica. —a Abella no le pasó desapercibido la menra en que no se incluía en su propio núcleo familiar—. Supongo que el Eierlikör es muy demandado por esos lados, pero yo prefiero el ron. Soy un tipo más sencillo. —hizo una pequeña pausa, quizás analizando cómo continuar—. En fin, mi madre me envió a Australia cuando tenía nueve años para aprender inglés, y conmigo iba mi hermano mayor, Jack. Se suponía que Jack tomaría el negocio familiar eventualmente, así que lo inscribieron en secundarias especializadas en finanzas y todo eso. A mi me inscribieron en una escuela privada común.

—Lo siento, pero, ¿no era más sencillo buscar un tutor de inglés? —cuestionó Abella, para quien no tenía sentido enviar a tu hijo de ocho años tan lejos solo para aprender un mísero idioma.

Luke se encogió de hombros.

—Jack y yo éramos un desastre. Más que nada yo era uno, pero él siempre ayudaba o me cubría. Para el momento en que nos enviaron a Australia, mis hermanas gemelas tenían casi cuatro años, y ella decía que quería "paz y tranquilidad para cuidar a sus niñas" —había un tono de resignación en sus palabras, sin lugar a dudas—, así que nos envió lejos. Dijo que sería solo por un año.

—Pero, por supuesto, no lo fue.

Luke sacudió la cabeza, reafirmando el hecho.

—Viví en Australia por siete años, y los últimos tres los pasé sin Jack, quien ya se había graduado y debía volver a Berlín a cursar la universidad. Tenía mucha libertad y era un adolescente desquiciado, y en una de mis andanzas me pasé un poco. Mi madre decidió que era adecuado volar desde Francia solo para gritarme en persona por dos horas. Y entonces, apenas me gradué, me enviaron de vuelta a Alemania. No tuve tiempo de atender a la ceremonia de graduación, ni mucho menos. Me enviaron mi diploma por correspondencia.

the heir | hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora