21: Diferencias irreconciliables.

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La recámara de Luke era, probablemente, el lugar más increíble en el que Abella jamás había estado. El penthouse había sido increíble, aunque no había visitado prácticamente nada del mismo, pero esto era algo totalmente diferente.

Cada mueble, cada estructura se veía antigua y el mismo tiempo moderna. Todo el palacio era así: una mezcla entre lo viejo y lo nuevo. El papel tapíz de las paredes estaba plagado de ángeles como los que pintaba Miguel Ángel, los muebles eran, por su lado, sobrios y de colores neutros. La cama era enorme, con un copete decorado en oro, y piezas de tecnología avanzada deslumbraban a la vista: consolas de juegos, una mesa de billar, una mesa de hockey aéreo y luces que cambiaban en la gama de colores neones. Aquel lugar era un salón de fiestas, más que una recámara. También había una terraza enorme, con una piscina llena de azulejos con patrones artísticos complejos. Abella estaba tan asombrada que por poco cuestionó si aquel era un lugar donde alguien dormía o no.

Luke, por su lado, no parecía haberse percatado de ello. En cambio, se sentó en un sofá, y respiró hondo.

—Así como lo hemos hecho antes, la única manera de lograrlo será en medio de un gran evento —comenzó, claramente refiriéndose a un nuevo plan de escape, lo único que parecían hacer por estos días—. Tendremos que hacerlo en la boda.

De pronto, entre las sombras a un lado de la terraza, las gemelas surgieron. Abella podría jurar que no las había visto, pero al parecer estaban ahí desde el principio. Emilie sostenía la mano de Klara, que tenía los ojos hinchados por el llanto y la nariz enrojecida. Seguía agitada, con el cabello hecho una maraña, y un humor lúgubre sumamente visible.

A penas Abella vio a Klara, tuvo el impulso de ir hasta ella. Se acercó muy rápido y justo antes de abrazarla dudó si era algo que con el nivel de confianza que tenían resultaría extraño, pero igual lo hizo. Abrazó a Klara, y se dijo que si ella no le correspondía no importaría, pero sí lo hizo. Le abrazó con fuerza y ella descansó su cabeza en el hombro de Abella, diciéndole por lo bajo:

—Lamento todo esto —le dijo con voz temblorosa—, ha sido nuestra culpa.

Abella frunció el ceño.

—¿Qué podría haber sido tu culpa, Klara? Como yo lo veo, los culpables son otros.

Klara se quedó en silencio, y se separó de Abella. Ahí había surgido una chispa de amistad, de camaradería que Abella apreciaba demasiado. Necesitaba amigos por estos días, en estos lares tan raros en los que estaba.

—¿Cómo está tu cabeza? —le preguntó Klara.

—Tan dura como siempre —aseguró Abella, y las gemelas se echaron a reír.

La verdad es que desde hacía un rato que le dolía bastante, como una migraña que no cesaba, pero no era ni remotamente importante.

—Te prometemos que no volverá a suceder —dijeron al unísono. Siempre era impresionante cuando gemelos hacían eso de manera espontánea.

—Deja de prometer cosas que no podremos cumplir —intervino Luke, de repente. Se veía sombrío, preocupado—. La única manera de asegurar tal cosa es huyendo de aquí.

—Ya. En mi boda —dijo Klara, con disgusto—. Como si eso pudiera suceder.

—Ya huímos una vez. Madre no va a dejar que pase de nuevo. Es simplemente imposible salir del Palacio: hay gente vigilando cada pasillo, cada baño, área común y privada. Incluso puedo apostar todo mi dinero a que nos están escuchando justo ahora.

Luke se reclinó hacia atrás, respirando hondo de nuevo.

—Tienen razón —dijo Abella—. Son más inteligentes que eso. Además, si lograran hacerlo, igual yo tendría que quedarme aquí. Quiero decir, la INTERPOL me busca, no es como si pudiera dar un paseo fuera de aquí.

the heir | hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora