26: ¿Un golpe de estado?

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―La idea es bastante sencilla ―Jack perdió la seriedad de inmediato, y se dispuso a beber de su cóctel de nuevo. Ya casi se lo había terminado―, tenemos que tomar el trono, mandar a madre al exilio y restablecer el orden en la monarquía.

Abella y Luke se miraron, y guardaron un incómodo silencio. Jack no podía estar diciendo aquellas cosas en serio, ¿cierto?

―Basta de miradas extrañas, que cosas más locas hemos hecho antes.

Buen punto.

―Oh, claro. Golpes de estado. Mi actividad favorita de los miércoles por la maldita tarde ―replicó Luke, fingiendo un acento inglés, completamente incrédulo..

―No, hablo de reemplazarlos con alguien mucho más apto para gobernar, lo cual no es tan difícil de conseguir. Incluso el niño de los Svodoba podría hacer un mejor trabajo, y tiene catorce, es adicto a Fortnite... y solo se baña cuando se acuerda.

Abella dejó salir una pequeña carcajada.

―Eh, esa es la definición literal de un golpe de estado ―Luke explicó, urgido―. Es una locura, Jack.

Jack sonrió, afable, con la misma expresión de alguien que le va a contar a un pequeño que, realmente, el gordo Santa Claus no existe.

―Hasta donde yo sé, no es un golpe de estado si el Rey cede el trono.

―¿Abdicación?, ¿en serio? ―Jack no había tartamudeado, así que subió las cejas, ligeramente desafiante ante las palabras de Luke― Claro, es lo más lógico que he escuchado. Han sido Reyes por..., ¿veinticinco años? Pero van abdicar porque tú se los dices bonito.

Jack se echó a reír.

―Pues el abuelo Guss abdicó en su momento, ¿o no lo recuerdas?

―Eh, ¿sí? ―Luke sonaba cada vez más urgido―, ¿porque tenía principios de demencia y no podía gobernar?, ¿en verdad estamos discutiendo esto?

Jack se inclinó sobre sus propias rodillas, con la misma sonrisa afable de antes. Estaba disfrutando dejar salir la información de a pedazos, como todo diplomático que busca jugar correctamente sus cartas.

―Pues esa es la versión de la historia que todos creen, ¿no es así? Augustus Theriault, el Rey Robert I, desarrolló demencia a los sesenta y cinco años, abdicó a su precioso y único heredero, Andrew, que recientemente se había casado con una alemana que venía de una familia desertora de las líneas nazis, y luego hubo un largo silencio hasta su muerte en Francia. Jamás volvió a ser parte de la política de Praocia, o a ser visto más allá de una que otra vez en alguna reunión de la nobleza. El mismo hombre que fundó el país como lo conocemos, de repente no era más que un jugador de golf en los campos de Estana. Ese cuento merece un Óscar a mejor guión, ¿no es cierto?

Luke miró a su hermano con horror. ¿Qué estaba insinuando? Pero no dijo nada.

―La clave aquí, Luke, es utilizar toda la información a la que me dieron acceso en contra de ellos. Yo sé cosas sobre este país que no puedo comentar porque estoy obligado legalmente a guardar silencio, cosas que se fueron conmigo a la tumba... pero ya no estoy jodidamente muerto. ―con un gesto, un mayordomo le trajo un cóctel fresco, antes de irse por donde vino de manera discreta―. ¡Salud por eso, Arschloch!

―Pero, si no puedes decir nada, entonces, ¿cómo podrías usar nada en contra de ellos? ―Abella intervino mientras Jack bebía, en parte por curiosidad, y en parte porque Luke se había quedado mudo.

Y no era para menos, tomando en cuenta lo cercano que era Luke con su abuelo Augustus. Hace escasos días habían estado en su tumba en Francia, y ahora la versión de los hechos que Luke tenía se había convertido en un cuento de niños, nada parecido a lo que podría ser la realidad.

the heir | hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora