15: Personne Disparu.

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Ese viernes pasó muy lentamente, y luego muy rápidamente.

Abella se dio cuenta bastante temprano de la ausencia de Luke, justificada con un mensaje a su teléfono donde explicaba que volvería al anochecer, pues tenía que resolver varios asuntos de logística para esa noche. No le extrañaba; lo que harían se trataba de, literalmente, un secuestro que tenía muchas —demasiadas— maneras de salir catastróficamente mal. Era una operación kamikaze, un boleto de no retorno a Francia.

Y aunque Abella había asegurado múltiples veces que estaba decidida a hacerlo, fue imposible no dudar mientras se encontraba sola, sin la presencia de Luke transmitiéndole tanta seguridad sobre el asunto. En la terraza del apartamento, admirando la torre Eiffel, solo pudo preguntarse una y otra vez si lo que haría sería lo correcto. Confiar en una persona que conocía de hacía tan poco, arriesgarse de la manera en que estaba a punto de hacerlo, era simplemente cuestionable por cualquier lado que se le viera.

Ángela se lo había dicho, y como era usual, tenía mucha razón.

Si algo salía mal y les atrapaban, Abella terminaría en prisión. Se había tomado la libertad de investigar un poco: según el código penal francés, la pena por un secuestro premeditado era de diez años como sentencia mínima. Sin la posibilidad de pagar un abogado, el estado le asignaría uno que podría pedir una reducción de la condena basado en varios factores, pero de igual manera tendría que pasar unos cinco años en la cárcel, si tenía suerte por ser su primera ofensa y tener un record criminal limpio.

Luke probablemente no tendría que servir una condena. Su familia se encargaría pagar su camino a la libertad. Pero Abella tendría que servir tiempo en prisión y luego tendría que vivir con esa mancha en su historial de por vida, y las consecuencias que eso conlleva.

Abella no podía evitar sobreanalizar, y así pasó horas.

Su pase de salida libre estaba ahí: la puerta no tenía llave. Podía irse antes de que Luke llegara, buscar a Ángela. Podía hacerlo. Claro que podía hacerlo. Es más, según las reglas de todo lo lógico, tendría que hacerlo.

Pero, ¿quería hacerlo?

¿Quiero hacerlo?

De pronto, la puerta de la entrada se abrió. Abella estaba acostada en uno de los largos sofás del salón. Aún era temprano, apenas comenzaba a atardecer, así que por un momento sintió el pánico que le provocó la posibilidad inminente de que ese no fuera Luke, sino alguien más.

Levantó la cabeza con cautela, y echó un vistazo, solo para sentir un grande alivio al ver a Luke con dos bolsas de comida mexicana en las manos, acercándose a ella.

—INTERPOL, no te muevas. Manos en donde pueda verlas. —se burló él, sentándose en el sofá a un lado de Abella. Ella soltó una risita nerviosa, aún ligeramente alterada, y se sentó erguida. Estaba claramente incómoda, y aunque Luke no le conocía tanto, si que era bastante perceptivo—. ¿Teniendo dudas? No puedo culparte. Venga, vamos a comer algo.

Abella sacó un burrito de la bolsa, y desenvolvió el papel aluminio que lo recubría. La comida mexicana era su favorita, pero no tenía apetito. En cambio, decidió hablar.

—¿Qué pasaría si nos atrapa la policía?

Luke tragó rápidamente.

—Si nos atrapan y definitivamente no hay escapatoria, tenemos que cooperar y entregarnos voluntariamente. Luego mi abogado tendría que ocuparse del resto. Suena sencillo, pero es un proceso desagradable. Es una de las cosas que fui a resolver hoy. Tú sabes, hay que tener planeado cada escenario.

—¿Crees que nos atrapen?

Luke bebió de su soda, pensativo.

—Si hacemos las cosas correctamente, lo más probable es que la policía no nos atrape —hizo énfasis en "la policía"—. Pero de ellos no hay que preocuparnos demasiado. Son lentos, burocráticos. Tenemos una ventana de tiempo lo suficientemente grande para sacar a Emilie y Klara de ahí antes de que alguien se de cuenta de que ya no están.

the heir | hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora